Suena la música de la orquesta que ameniza la velada, el recinto está abarrotado y las parejas salen a la pista a bailar y disfrutar de otra noche de diversión con el mar como incomparable telón de fondo. Son los dorados años 20 y el Parque Balneario Nuestra Señora del Carmen, el lugar donde la clase media malagueña se deleita con la más variopinta oferta de ocio y deporte en un momento en el que la ciudad vive un periodo de sosegado esplendor. Todo es posible en ese espacio. Sus visionarios promotores revolucionaron los baños en una época en la que la moralidad pesaba demasiado y el agua del mar sólo fue el nexo de lo que con los años daría lugar a uno de los centros de referencia cultural y social que el tiempo, la propia naturaleza y los despropósitos burocráticos se han propuesto hacer desaparecer.
La decadencia actual de los Baños del Carmen, como popularmente siempre se les ha conocido, empaña el pasado brillante del que fue escenario de una intensa actividad que se prolongó durante casi medio siglo. No fue el primer balneario de la ciudad. La cultura del agua estaba muy arraigada en una ciudad, en la que desde la segunda mitad del siglo XIX en las playas más cercanas al centro existían instalaciones de madera para poder bañarse en espacios cerrados conocidas como albercas, como los de Apolo, La Estrella y Diana.
La prohibición de bañarse en el mar a plena luz del día, la obligatoriedad de que hombres y mujeres lo hicieran separados, y que las escasas zonas de playa de la Málaga de entonces estaban ocupadas por chabolas donde malvivían las clases más marginales fueron conformando un cambio de mentalidad en la sociedad del momento que Enrique García de Toledo y Clemens supo captar. Fue un miembro de la alta burguesía malagueña, que junto a otros empresarios adinerados, decidieron emprender este proyecto que supuso "un concepto totalmente revolucionario al desaparecer el balneario cerrado y apostar por el mar al aire libre, a plena luz del día, al más puro estilo de San Sebastián y Santander", cuenta Mari Pepa Lara, académica de San Telmo, ex directora del Archivo Municipal de Málaga y autora del libro La cultura del agua: los baños públicos en Málaga.
Las playas del norte del país, donde desde finales del siglo XIX se instauró la tradición de la familia real de veranear, fueron la referencia para este balneario que comenzó con "apenas unas mesas y unas casetas y que llegó a ser enorme y una referencia para propios y extraños que visitaban Málaga".
García Toledo eligió una zona alejada de lo que era el centro neurálgico de la Málaga de principios del siglo XX, aprovechando el espacio en el que se había hecho un pequeño puerto para la carga de rocas con destino a las obras del puerto, a finales del siglo XIX, en el punto conocido como Torre de San Telmo, en el camino hacia El Palo que luego seguía hacia Vélez-Málaga y Almería. Ese pequeño puerto se había abandonado en 1889 y acabó dando lugar a una laguna y después a un ensanche de la playa.
El 16 de julio de 1918 se inauguraba el balneario coincidiendo con el inicio de la temporada de baño, ya que por aquel entonces la directora del Archivo Municipal de Málaga, María Isabel Vila, hasta que la Virgen del Carmen no bendecía el agua del mar la gente no se solía bañar en el mar. De hecho, aunque no hay referencias históricas concretas, se cree que ese es precisamente el origen de su nombre.
Desde su inauguración los Baños del Carmen fueron "un punto de encuentro y diversión de la sociedad malagueña", y su oferta de ocio y entretenimiento superaba con mucho lo que se podía entender como un simple balneario, explicó Vila.
Tal fue su éxito durante esa primera temporada veraniega que en octubre de ese mismo año, García de Toledo presentó un proyecto para ampliar las instalaciones de cara al año siguiente. Según cuenta la revista Péndulo -editada por el Colegio de Peritos e Ingenieros Técnicos Industriales de Málaga- en un artículo de María del Carmen Heredia, malagueña y funcionaria de la Dirección General de Costas, el plan de ampliación fue realizado por el ingeniero de caminos Carlos Loring y, con un presupuesto de 20.000 pesetas, se pretendía instalar un pabellón para baños templados, un restaurante, cien casetas familiares, toldos y quioscos para refrescos, más el coste de limpiar la playa y cegar una laguna de 3.500 metros cuadrados.
Al comienzo del verano siguiente, el parque balneario Nuestra Señora del Carmen lo hacía con nuevas instalaciones que incluían además una pista de baile y atracciones, además de un camino de acceso para los bañistas desde la antigua carretera de Almería y una parada propia de tranvía por el que se pagaba "0,50 céntimos para un billete combinado con la entrada a los baños".
Precisamente la ampliación del transporte público hasta esta zona de la ciudad fue, señaló el miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo Manuel Olmedo Checa, "factor clave" para el éxito y desarrollo del balneario. "La clase media de la época, formada fundamentalmente por comerciantes y profesionales, encontraron en los Baños del Carmen un sitio ideal a tiro de piedra de la ciudad al que se accedía mediante un agradable paseo en tranvía".
Un año después, en 1920, el balneario abrió la temporada con novedades tan innovadoras como un embarcadero propio y una gran pantalla en la que los burgueses disfrutaban del incipiente cine de la época a orillas. La dimensión que alcanzó el balneario en tan poco tiempo llevó a los promotores a constituir ante notario la sociedad anónima Parque Balneario Nuestra Señora del Carmen a finales de ese mismo año, tras concedérsele autorización para instalar con carácter permanente pabellones y casetas de baño en la playa de Torre de San Telmo durante todo el año.
Ahí comienza el verdadero despegue de este espacio con ampliaciones y mejoras que se sucedieron en los años siguientes hasta conformar un espacio de ocio inimaginable hoy en día. Los Baños del Carmen contaban con parque de atracciones, pista de baile para 400 parejas, una alberca para patos, campo de fútbol, pistas de tenis, pistas de patinaje y hasta un acuario de peces de mar que fue el primero de Málaga, entre otra muchas atracciones. Incluso existió una fuente de la que manaba vino y que fue un regalo del propietario de La Vinícola Malagueña. El recinto se completó con un restaurante diseñado por el arquitecto Daniel Rubio, que se abrió en 1933 y que aún se mantiene en pie, a pesar del abandono sufrido durante décadas.
El entorno del balneario destacó por "una arquitectura interesante y moderna para su momento", explicó Esther Cruces, directora del Archivo Histórico Provincial de Málaga, que recordó que sus singulares columnas toscanas, existentes en pérgolas y paseos, han sido representadas en más de una ocasión por Guillermo Pérez Villalta en sus obras.
Ni siquiera las consecuencias de la Guerra Civil y los primeros años de la posguerra lograron frenar el auge del balneario, pese a que fue testigo de la desbandá, del éxodo de muchos malagueños por la carretera de Almería en los primeros días de febrero de 1937. Desde los años 20 hasta los 60 del siglo XX los Baños del Carmen fue uno de los lugares con más encanto de la ciudad y un continuo escenario de verbenas, bailes, fiestas de todo tipo, recepciones, festivales, competiciones deportivas y otras muchas actividades lúdicas.
En los Baños del Carmen se celebraron incluso competiciones hípicas y hasta 1941 fue el campo de juego del Málaga hasta que se inauguró el de La Rosaleda.
Sus instalaciones acogieron los acontecimientos sociales, políticos, culturales y deportivos más granados de esas décadas, con la presencia de ilustres visitantes como la reina Victoria Eugenia que asistió con sus hijos a una competición de tenis. Pero el boom turístico que se produjo en la vecina Costa del Sol hace que el balneario comience un silencioso e imaparable declive desde los años 70 que, el historiador Víctor Heredia, precisó que se materializa definitivamente cuando la Dirección General de Puertos y Costas determinó la gratuidad y el acceso a las playas en 1982, lo que "eliminaba de hecho la playa privada y aceleró el desinterés de los anteriores concesionarios" tras la marcha de sus clientes más fieles.
El abandono ha ido consumiendo lentamente este singular espacio, en el que apenas permanece el bosque de eucaliptos, el restaurante de los años 30 y algunas de las columnas que formaban una gran pérgola y que han logrado mantenerse erguidas pese a la furia demostrada por el mar hace apenas una semana. Un paseo por las instalaciones permite contemplar aún la sombra de aquel esplendor que hoy en día cuesta reconocer pese a los restos de bancos de cerámica, fuentes, pajareras, grandes tinajas y otros elementos que denotan la brillantez de otros tiempos ya pasados.
Convertido en un paisaje de nostálgica decadencia, espera una recuperación antes de que el mar engulla su ya lejano recuerdo