Hemos aprendido que el voto de castigo sólo nos castiga a nosotros mismos, que nuestra democracia es débil y nuestro estado del bienestar demasiado frágil. Hemos aprendido que la profesionalización de la política sólo sirve a los políticos porque se perpetúan en el acomodaticio estado del “todo por nada”, pero el “todo” es para ellos y el “nada” para quienes los ponen ahí… y también hemos aprendido que debiera regularse en la constitución o donde sea conveniente, que la alternancia política no puede consistir en deshacer lo que hicieron los anteriores, sino en crear a partir de lo que hicieron los anteriores.
No sé dónde leí que ya no existen los de izquierdas y los de derechas, sino los de arriba y los de abajo. Y es verdad, porque la ideología se ha diluido en el silencio de los que escarban en los contenedores de basura y la connivencia de los que observan las miserias de estos nuevos buscadores de tesoros que hace muy pocos días eran como ellos.
Ahora parece que el esfuerzo debiera ser convencer a nuestros políticos de que no somos idiotas. Pero el esfuerzo real debe ser exigirles a nuestros empleados, los políticos, que trabajen para nosotros, que dejen de robarnos, que dejen de aprovecharse de nuestra generosidad, y cumplan aquello para lo que les contratamos. Que no nos engañen más… ¡la crisis no terminará nunca mientras ellos sigan considerando España como su cortijo y a nosotros como sus labriegos!.
Y no estoy hablando de política en este editorial. Aunque no lo creas, también estoy hablando de flamenco, porque el flamenco forma parte de nuestra vida. Pero que no se equivoque nadie. No hablo de política. Estoy hablando de justicia. Estoy hablando de Derechos Humanos. Estoy hablando de nuestra vida hoy y del mañana de nuestros hijos.
Ojalá que en el 2014 podamos creer en nosotros mismos. ¡Mucha suerte!