C E R V A N T E S . . .

Héroe de su época, algo alocado tal vez en su juventud atribulada y convulsa, alistado a toda prisa, tal vez también, a los Tercios que recorrían Europa, en nombre de Dios y en nombre del Imperio.

Hidalgo de su tiempo, bravo y resuelto, desventurado y atribulado, tras años de esfuerzos y servicios, como para llegar a pretender un cargo en Las Américas recién descubiertas, en pago a sus denuedos de hombre generoso y templado.

Hasta llegar a encontrarse con la cruda realidad, con la resignación de su frustración patriótica, obligado a recorrer caminos y encrucijadas, para recaudar impuestos para su Alteza, tan insensible, tan ajeno a reconocer los méritos del viejo soldado.

Con Miguel de Cervantes enfrascado en la aventura de la vida rala y anodina, por un pasar mediano y sufrido, tras la impotencia de sobresalir entre sus iguales, entre los paisanos que llegaron a denunciarle por trincón de poca monta, hasta llegar a ser recluido en una cárcel pueblerina, cuando Miguel de Cervantes ya soñaba “retratarse en los personajes de su nueva novela”, obra insigne y universal, mienras comenzaba en el presidio a pergeñar las aventuras del “ingenioso hidalgo don Quijote”.

Hasta llegar a reinventarse el español de pro, soldado y poeta, que llegó a soñar también con buscar fortuna en el Nuevo Mundo recién descubierto.

Hasta llegar a desplegarse entre el alfa y el omega, entre el buen caballero y saludable escudero. Pretextando una locura adjudicada por los ramplones que no creyeron en la clarividencia de don Quijote, en la bonhomía de Sancho.

Con don Miguel de Cervantes descargando su decepción vital, tal vez intentando representarse en los decididos empeños por recorrer los caminos, las trochas, las ventas y las encrucijadas de su tierra, de su patria, por encontrar la razón impagable por sentirse vivo, por sentirnos vivos, tras los héroes creados por Cervantes, tal vez, muy parecidos a su autor, porque son ellos el retrato inigualable de nuestro paisano, compatriota, héroe e hidalgo, soldado y poeta, don Miguel de Cervantes.

Mientras solo se espera de nosotros algo tan sencillo como, por ejemplo, seamos capaces de “perder el tiempo o no perderlo”, leyendo, por ejemplo leyendo Don Quijote de La Mancha, en el cuarto centenario de nuestros compatriota, el escritor universal don Miguel de Cervantes y Saavedra.

 

Cervantes que nos dejó su aspecto según supo y quiso verse el insigne creador, tan humano, tan imperfecto, tan bien descrito como para ser capaces de imaginárnoslo : “Este que veis aquí, de rostro aquileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada, las barbas de plata que no ha veinte años que fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño; la color viva,antes blanca que morena, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de La Mancha”.

 

Madrid 23 – abril – 2.016