CAMARÓN DE LA ISLA: HOY HACE 24 AÑOS QUE MURIÓ

Arte cuando entonces cuestionado por quienes hacen de sus sentimientos compartimentos estancos, como si el arte -Flamenco, en este caso- se pudiera fraccionar e ir ubicando sus cocientes en estancias, herméticamente cerradas, para separar conceptos y sensibilidades que en definitiva únicamente responden -o debieran hacerlo- al sentido universal y libre del todo -el Arte Flamenco- y no de sus partes: el Arte Flamenco es uno, y muchas -afortunadamente- las formas de interpretarlo y sentirlo. Nos estamos refiriendo -es obvio- a José Monge Cruz "Camarón de la Isla".

 
            Fue en torno a los último años setenta y primeros de los ochenta cuando surge una corriente liberizadora en el Cante, protagonizada por artistas jóvenes, empujados por el aluvión de libertad que lo invadía todo, que, tímidamente en principio y sin complejos después, rompe con el férreo dictamen imperante desde la consecución de la Llave de Oro del Cante -en execrable y falaz competición- por Antonio Mairena, que impuso su dictadura estética, inteligentemente sostenida por unos maestros apócrifos y  torpe e ingenuamente apuntalada por una masa informe de acólitos indocumentados que sólo percibimos el engaño cuando fuimos capaces de pensar y ser libres, exentos ya de las sibilinas  -cuando no descaradas y egoístas- ataduras de la memoria escondida y de la voz amordazada.
 
            Entre esos nuevos artistas destacó sobremanera Camarón, que venía de lejos pese a su juventud pues no en vano llevaba una década reivindicando una nueva estética cantaora y un concepto novedoso del Cante incapaces de encontrar un hueco, debido sin duda al tapón que supuso un mal entendido neoclasicismo, sectario e inmovilista, incapaz de imponerse por sí mismo si no  era en base a medias verdades cuando no a mentiras enteras. (Recordemos si no el tratamiento dado entonces a artistas de la categoría -e influencia determinante- de Chacón, Marchena, Vallejo o Caracol). Es el mismo conservadurismo  -que no conservacionismo, de semántica parecida pero contenido distinto-,interesado, reaccionario y ciego, que pretende poner puertas al campo del Arte Flamenco sin esperar a que sea el tiempo  -siempre ecuánime y sabio- quien ponga a cada cual en su sitio. El tiempo mismo que colocó en lugar preferente del olimpo de los dioses flamencos a los nombrados -y a otros no citados-, mientras a los demás los mantiene en el "jardín" (poética metáfora del llorado Beni) abonando las raíces de la pureza.
 
            El caso de Camarón es único en la Historia del Flamenco. Su cante fue el uniquito capaz de ponernos a todos -bueno, a casi todos- de acuerdo, fuera el que fuera nuestro gusto. Su sola presencia era razón suficiente para convocar a gitanos y no gitanos, a viejos y jóvenes, a entendidos y neófitos, a mujeres y a hombres, a intelectuales y analfabetos…Todos buscando su voz de siglos, siendo tan joven. Todos buscando su sonío, que embriagaba y nos transportaba hacia la catarsis colectiva. Todos a la búsqueda de su dolor y su alegría, que secaba la boca o invitaba al baile. Todos, en fin, temiendo que su frágil corazón de niño grande se rompiera de pronto y nos dejara con la miel en los labios.
 
            Si Morente es el pionero, Camarón es el líder indiscutible del cante fácil y asequible. Y todo eso, sin dejar de ser flamenco ni traicionar la fidelidad a sus raíces más primitivas: Camarón nació, vivió y murió gitano. Toda su obra es pura creación, un ir siempre por delante del propio Cante, un intento continuado -aun sin saberlo- de escapar de su propio pasado que le pesaba como una losa. Camarón es libertad creadora, explosión descontrolada del grito colectivo de su gente. Camarón es ayer, hoy y mañana; espejo, guía y luz de los que son y serán. Si Mairena fue restauración, Camarón, definitivamente, es revolución: Camarón era -y es- más grande que el flamenco que lo parió.
 
            A la revolución camarionana se han apuntado muchos artistas jóvenes -y menos jóvenes- emparentados muchos de ellos con apellidos ilustres de familias flamencas de solera y sabiduría ancestrales, aunque cierto es que no todo lo que reluce es oro: imperan las formas sobre lo auténtico, porque al fondo o no han querido o no han podido llegar. Más bien lo segundo: la música que, grupos como Ketama y similares, nos quieren hacer pasar por flamenca no lo es, porque coger los sones del Cante e ir yuxtaponiéndoles músicas extrañas a él hasta conseguir un refrito con cierto aroma flamenco no es revolucionar, ni siquiera evolucionar el Cante Flamenco, como aseguran algunos para lavar una culpa que no es imputable a ellos. Servirá, si acaso, para darle otro aire a otras músicas, pero nada más. Otra cosa es que los intérpretes de esta nueva tendencia musical sean o no flamencos, que sí lo son, no cabe duda. Pero ése es tema distinto al que nos ocupa.
 
            Pese a todo, la influencia de Camarón -antes y después de su muerte- es innegable. Y su estela, ancha y luminosa, se pierde en el infinito. Sin él, el Flamenco sería hoy otra cosa: no peor, pero quizá sí más pobre artísticamente. Su sonora irrupción en los entresijos del Arte Flamenco es el inicio de un antes y un después, del hermoso alumbramiento del cante hecho de fragua y sal, de una frontera de tiempo que principia en la vieja Isla de León y acaba donde dicen que los hombres viven de lo que sueñan
 
Nota aclaratoria: El artículo fue escrito en Marbella, abril de 1.997, por Paco Vargas, y publicado en la revista El Olivo.  Aunque actualizado, el texto se ha mantenido íntegro