Cicerones altruistas

Es entonces cuando entran en juego el recurrido Google y las socorridas guías turísticas. Eso sí, olvídese de encontrar en ellas el último bar de moda, ese restaurante exquisito que sólo conocen los lugareños o el paraje de ensueño perdido en un rincón de la ciudad.

Quienes se resisten a limitarse a conocer los sitios más típicos que recomiendan los libros o los recepcionistas de hotel tienen una alternativa a golpe de ratón: registrarse en el Club de la Hospitalidad y pedirle consejo a uno de sus 300.000 cicerones repartidos a lo largo y ancho de 27 paises de todo el mundo. De manera totalmente altruista, los miembros de esta organización facilitan todo tipo de información útil sobre su ciudad al viajero que se la requiere. Desde el tiempo que hace, a cómo tomar una línea de autobús o dónde comer barato. Muchos de ellos, además, se ofrecen a quedar con los turistas para tomar algo con ellos e intercambiar impresiones sobre su cultura. Los más hospitalarios rizan el rizo invitándoles a dormir gratis en sus casas.

Esa es, precisamente, la filosofía que promueve esta comunidad virtual. Hospitality pretende que los viajeros de todo el mundo tengan un techo, una cama y un sitio donde cocinar sin pagar un solo euro. Si se tiene en cuenta las posibilidades que han abierto las compañías aéreas -con billetes de avión cada vez más baratos-, cualquier lugar del mundo, por remoto que sea, puede resultar más accesible para un mayor número de personas. Málaga, entre ellos.

Un turismo menos frío

Sin ir más lejos, actualmente en la provincia hay 236 personas interesadas en fomentar y participar de este otro tipo de turismo, con un cierto componente romántico. Su ideal es que el visitante no se quede en las frías rutas turísticas sino que pueda conocer la cultura y tradiciones del lugar de la mano de sus propios habitantes. SUR ha estado con cuatro de los malagueños registrados en este Club de la hospitalidad. Cuatro cicerones que dedican su tiempo libre a ejercer de improvisados guías turísticos de Málaga.

El encuentro tiene lugar en la puerta del Museo Picasso. Los cuatro llegan puntuales a la cita y con muchas ganas de dar conocer una iniciativa que, según aseguran, les ha proporcionado «experiencias maravillosas». Todos coinciden en que descubrieron el club por casualidad. Unos, a través de algún conocido; otros, en foros de Internet. Confiesan que al principio la idea de quedar con desconocidos e incluso llegar a alojarlos en casa les generó recelos. No obstante, los cuatro insisten en que sus prejuicios y reticencias iniciales se esfumaron en cuanto decidieron probar.

Anfitriones

José Manuel García es el más veterano de esta organización. Tiene 30 años, está casado y trabaja en una empresa de productos químicos. Por su situación familiar no ofrece alojamiento. Eso sí, en cuanto alguien del club le requiere para hacer las veces de anfitrión, no duda en acudir a la cita. «Me ofrezco para enseñar Málaga, tomar alguna tapa por ahí y dar todo tipo de información práctica y turística», relata. En su ruta no faltan el castillo de Gibralfaro, «para que vean la ciudad desde arriba», la catedral, la Alcazaba, el Museo Picasso o las bodegas de El Pimpi, «el sitio ideal para romper el hielo», dice.

En el currículum de García figura una larga lista de más de 200 contactos con extranjeros no exenta de anécdotas. «La que recuerdo con más cariño es aquella en la que viajando por Polonia perdí una conexión de trenes en una ciudad llamada Torún. Hacía un frío espantoso y tenía que esperar en la estación hasta la mañana siguiente. Entonces me acordé de una pareja joven que habían estado en Málaga unos meses antes y a los que les había enseñado la ciudad. Les llamé y a los 25 minutos estaban allí, ayudándome con mi equipaje y llevándome a su casa para que pasara la noche con ellos. Me invitaron a cenar y luego fuimos de fiesta por la ciudad a unos pubs increíbles», detalla.

Irene Ojeda, de 23 años, escucha atenta las vivencias de José Manuel. No en vano, esta joven estudiante de traducción puede presumir de ser una de los miembros más activos del club. Ha alojado a más de una docena de turistas en su piso compartido y a su vez ha recorrido cerca de 20 ciudades del mundo hospedándose en casas ajenas. Cuenta que su primera vez fue en Cracovia. Toda una experiencia teniendo en cuenta que no tenía ni idea de polaco. «Me fui a casa de una chica y fue estupendo. Si hubiera ido como una turista más me habría limitado a conocer los sitios tradicionales. Sin embargo, en cuanto solté la maleta sus amigos me invitaron a ir a la montaña a hacer escalada y a comer productos de la zona. Lo pasé genial», destaca.

Mapas y libros de visitas

Como buena guía turística, Irene explica que en su casa no faltan los planos de Málaga para orientar a sus huéspedes. «Intento ayudarles en lo que puedo, señalándole las rutas de los autobuses y los sitios interesantes para visitar», apostilla.

Para recordar a sus inquilinos, Irene ha habilitado un simpático libro de visitas donde guarda los comentarios de gratitud de los viajeros que pasan por su casa. Preguntada por el tipo de personas que le piden alojamiento, afirma que «hay de todo». «Principalmente, mucha gente de paso que hace conexión en el aeropuerto de Málaga y necesita un sitio para dormir una noche». Los turistas de paises bálticos y los alemanes se llevan la palma. «Ahora que llega el buen tiempo mi teléfono no para de sonar. En feria hay gente que quiere venir de todo el mundo. Desde EE. UU. a Japón», sostiene.

Sobre el origen de Hospitality, Antonio Ruiz -otro socio malagueño del club- explica que el padre de esta comunidad virtual fue un joven alemán llamado Veit Khüne. Gracias e él las fronteras son algo más estrechas. Y el aprendizaje de idiomas, más accesible. «Yo no hablaba nada de inglés. Ahora, sin embargo, después de haber conocido a muchos extranjeros tengo un nivel medio», indica este empresario de 33 años.

Junto a los alicientes ya señalados, Lorena Bellido -estudiante de Historia de 20 años- recuerda otro atractivo de peso: el ahorro que entraña para los viajeros. De hecho, reconoce que ella misma se animó a entrar en esta organización porque quería ir a Rusia y no tenía dinero suficiente. Entonces le lanzó la propuesta a sus cuatro amigas: pedir hospedaje en casa de un anfitrión. «Me dijeron que si estaba loca. Pero luego las convencí y todo salió bien. No sólo nos ahorramos el hotel y un pico en comidas , sino que además conocimos a gente estupenda», concluye.

DIARIO SUR