COMUNICANDO . . .

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Recuerdo que mi madre me decía: "Hijo si no llamas es que estás bien", y de esa manera solo de tiempo en tiempo, ¿una vez a la quincena?, acudiría a la centralita correspondiente para que previa solicitud de "conferencia", y a menudo a "cobro revertido", pudiera dar "parte" de que todo iba bien.

Hace unos días, al montarme en el metro tuve una extraña sensación, como si, muy al contrario de estar rodeado de gente, estuviera prácticamente solo. Observando me percaté que de las diecisiete personas que me rodeaban únicamente tres manteníamos la templanza de no estar agarrados, supeditados, a la última tecnología comunicativa, vía pinganillos, vía móviles, vía i pad . . .y vía cualquier cosa que evitase que quienes viajábamos en el metro no tuviésemos la necesidad de mirarnos, por ejemplo, de asomarnos sonrisas complacientes, reconciliadas, prestas a cualquier comentario oportuno o no, como para sentirnos unos más cerca de los otros, aunque catorce de diecisiete estaban en otro sitio distinto al que se encontraban.

El otro día, cumplimentando un encuentro familiar, comiendo naturalmente, como se llevan a cabo todos los reencuentros en nuestro país, en la vana esperanza de que podríamos charlar animadamente, uno que ya es una antigualla viose medio desairado ante sus parientes más jóvenes y menos jóvenes enganchados a sus "aparaticos" con pantalla a los que acudían continuamente, salvo muy breves interrupciones, atentos a las noticias, contactos, conversaciones tecleadas . . .con otros, mientras pretendían "mantenerme informado" de lo que iban recibiendo por sus súper móviles.

Y uno ya iba profundizando en su complejo de extraterrestre.

Por cierto, ayer mismo nos retiramos mi compañera y yo a un restaurante conocido a pasar un rato juntos, charlando, degustando una buena comida, desconectar de un mundo moderno que, a pasos acelerados, se nos va haciendo más y más extraño.

Y en esas llegó un matrimonio, ni muy joven, ni muy mayor, con sus dos hijos, niño y niña, de unos catorce a dieciséis años los mocetes, sentándose cerca de nuestra mesa, supongo que a reponer fuerzas comiendo.

Desde el primer segundo al último segundo de su estancia en el restaurante, los muchachos ni soltaron, ni dejaron de consultar, de teclear, de reír, de ensimismarse, de evadirse en sus contactos, fueran los que fuesen, comiendo casi a tientas, sin dirigir ni una palabra a sus progenitores ni entre ellos, no soltando el móvil ni en los momentos más difíciles, como cuando debían trocear, limpiarse con la servilleta, beber . . . en un perfecto ejercicio de adicción sostenida . . .con el consentimiento mudo de los padres, en un soledad orquestada aunque fueran juntos cuatro conocidos, incluso parientes de primer grado, que no tuvieron necesidad alguna para decirse ¿qué? . . .porque es que ¿hay algo que decirse?, aunque nos conozcamos de toda la vida, ¿nos apreciemos?, e incluso se trate de familiares queridos.

Comunicando, comunicando . . . aunque estemos tan cerca los unos de los otros.

Hoy si no se llama a diario y un par de veces, por la mañana y por la tarde, es que algo . . .¿no va bien?

 

Madrid septiembre – 2.016