Son las leyes del mercado flamenco. Miguel Poveda es el cantaor en boga y uno de los pocos que es capaz de llenar un auditorio como el de la Luna Mora, cuya capacidad llega casi a las dos mil personas. Su público ya no es el del flamenco exclusivamente, pues como pasaba con los grandes artistas su capacidad de convocatoria se extiende a un personal variopinto que va desde el aficionado clásico hasta el joven que se está acercando al flamenco o el tradicional amante de la copla andaluza, tan de moda en estos tiempos.
Fue un espectáculo largo, dividido en tres partes: la primera estuvo dedicada a las canciones y baladas que nada tienen que ver ni con el flamenco ni con la copla, la segunda dedicada al cante flamenco y otra a versionar la copla andaluza de las mejores voces que fueron en el pasado siglo, aunque al final volviera de nuevo al flamenco para rendir homenaje a José Monje «Camarón de la Isla» haciendo su propia versión de «La leyenda del tiempo».
Consciente de su naturaleza flamenca, tras el solo de guitarra de Chicuelo, Poveda interpretó cantiñas (en las que El Londro puso las bulerías) y rindió homenaje a Málaga con la malagueña al estilo de El Mellizo adornada con dos estilos de rondeñas (la de Rafael Romero y la conocida como rondeña natural). Tras los cantes de Málaga, cantó tientos y tangos, en los que estuvo espectacular, pregones y martinetes, las bulerías creadas por Manuel Molina y Lole Montoya, más bulerías (esta vez de Jerez ayudado de nuevo por El Londro). Y acabó con una fiesta por bulerías, jugando con ellas, bailándolas con arte. «Déjà vu», que dicen los franceses. Casi lo mismo que lleva ofreciendo desde hace dos o tres años.
Con todo, no se le puede negar su entrega sobre el escenario, a pesar de que no tuviera su mejor noche de inspiración; lo cual no quiere decir que cantara mal. No, pero sin la intensidad de otras ocasiones. También pudiera ser que sabiendo lo que le esperaba en la tercera parte del recital, pues reservara fuerzas para contentar a la otra parte del público que había pagado la entrada para escucharle las canciones de su disco «Las coplas del querer». En este sentido, creo que el artista catalán debiera separar los espectáculos que ofrece, pues son distintos en su concepción y en sus formas. Claro que él me puede contestar que este formato le está funcionando porque su poder de convocatoria es mayor y su dimensión como artista se ve ampliada. Bien, ya sabemos que lo suyo no es nuevo toda vez que algo parecido ya lo hicieron otros como Manolo Caracol, Pepe Marchena, Juanito Valderrama o Rafael Farina. Lo cierto es que el respetable que llenó el auditorio salió contento. Hubo canciones, cante flamenco y copla andaluza junto al magnífico elenco (Juan Gómez «Chicuelo», Jesús Guerrero, Joan Albert Amargós, Carlos Grilo, Miguel Ángel Soto «El Londro» y Paquito González) que lo acompaña, muy conjuntado y ensayado, para que éste se luzca.
María Rosa García «Niña Pastori» (San Fernando, 15 de enero de 1978) salió acompañada por las guitarras de Diego del Morao y Jesús Guerrero, los coros y palmas de Toñi y Sandra, el baile de David Paniagua y la percusión de Chaboli y Ané Carrasco. Comenzó su actuación con dos tarantos que parecían anunciar su vuelta al flamenco clásico. Pero no, fue sólo una ilusión auditiva. Sin solución de continuidad siguió con los temas de siempre, inspirados en la música flamenca, facilones y pegadizos, que sus seguidores se saben de memoria: alegrías, tangos, la canción de Alejandro Sanz, «Cádiz», un simulacro de fandangos de Huelva y otra canción, «Dibújame de prisa», una rumba en la que los guitarristas se lucieron. Llamó a David Paniagua para que bailara. Y el joven bailaor (Sevilla, 1979) bailó muy bien por alegrías y por bulerías arrancando calurosos aplausos y olés a destiempo. Un descubrimiento que seguiremos con atención. La última parte del concierto fue más de lo mismo. Es decir, más tangos y más bulerías. Más temitas adornados con esa música pastelosa tan característica de eso que los indocumentados y esnob llaman «nuevo flamenco».