Desde tantos cursos de sacrificios, de empeño infantil por dominar aquella letra redondita que lucía tan pulcra en los primeros cuadernos de escolares aplicados que, seguramente, lo fueron, escuchando casi a diario sobre el sentido de la responsabilidad y el cumplimiento del deber, por la necesidad de saber y de esforzarse, de no perder ni ripio de lo que fuera a decir el maestro, la maestra, mientras crecían y se hacían mocitos y mocitas, muy sesudas, tan felices, muy responsables, con la idea de no detenerse, de intentar llegar lo más arriba posible, como para llegar a ganarse el derecho de ocupar pupitre en las aulas de una de las universidades públicas y españolas, orgullo del esfuerzo común, orgullo de sus educandos, al menos desde la inocencia de su bienvenida al Templo del Saber, . . . y de las Ciencias y las Artes, de la ejemplaridad, e incluso de la responsabilidad en la formación de las futuras élites que se harían cargo de, en principio, comandar el esfuerzo de todos por seguir enfilando el rumbo de la nave nacional . . . hacia un horizonte halagüeño, hacia un futuro mejor, hacia un empeño edificante.
Y los padres nos sentíamos orgullosos, y sabíamos o llegamos a creernos que nuestros vástagos no iban a estar en otro sitio mejor, por ese afán de aprender, conocer, amar el aprendizaje, el conocimiento, en aras de la superación personal, en aras de la honorabilidad, la ciencia y el arte, comprobados y evaluados con rígida exigencia . . . nuestros jóvenes a quienes, desde luego, no deberíamos decepcionar, mientras de reojo sabíamos que nos nos . . . defraudarían, ¿o sí?, ¿o no?.
Por eso no entiendo ni admito que el rector de la Universidad Pública Juan Carlos I de Madrid permanezca un segundo más, cada segundo es una ignominia, un insulto intolerable, siquiera por nuestros jóvenes universitarios, siquiera a expensas de su contestación que les dignifique, siquiera en nombre de una iniquidad más que no deberíamos tolerar, en nombre de una sociedad que se ¿nos va yendo por el garete?. . .
Mientras el rector, apeado por mi cuenta del tratamiento de la letra mayúscula al citar su cargo, acusado, comprobada su “mala arte” de “copiar y pegar”, con la desvergüenza del más impresentable del alumno que menos interés pudiera tener por su propia autoestima, como para dejarse “trepar” en la escala social de sus cargos institucionales . . . trampeando de la manera más barata y desvergonzada.
En un ejercicio intolerable de desprestigio a la Institución de la Universidad Pública Española que, a la hora de hoy mismo, aún consiente y mantiene tal ignominia, mientras yo reclamo la descalificación definitiva de cualquier responsable ¿educador? . . . de quien “copia y pega” como un vulgar barbián del tres al cuatro, en nombre del esfuerzo mayúsculo, sobresaliente, impagable, puesto al servicio de sus compatriotas, de mis cuatro hijas que cursaron sus estudios en la Universidad Pública Española, con honor, con esfuerzo, con disciplina, con honorabilidad, con provecho y con eterno agradecimiento . . . empezando por su padre que, sintiéndose tan orgulloso de su hijo, no quiere ni admite que tipos como el rector vigente de la Universidad Pública Juan Carlos I pueda desprestigiar de alguna manera, ni siquiera en un mínimo acento, el honor ganado a pulso de mis hijas . . . siendo universitarias, licenciadas con nota y honores, que trabajan por su pueblo, a su servicio, y por el futuro de su gente, de su tierra, de su país . . . gracias al conocimiento que les otorgó una Universidad Pública española digna y honorable.
Y si no el trabajo, el esfuerzo hubiera sido baldío, y eso ¡sí que no!.
Y, entretanto, a la espera de que los propios universitarios de ahora mismo no soporten ni un segundo más tal iniquidad. Si no tal vez una sombra de decepción podrá comenzar a ensombrecer mi enfurecida serenidad, mi atacada fe en la juventud que habrá de seguir esforzándose, por el conocimiento, por la honorabilidad del empeño bien logrado. . . .¿o no?, ¿o sí?
Torre del Mar diciembre – 2.016