Y en eso consistió el magnífico espectáculo que nos ofreció en el escenario de la Sala Paúl. Salió presentándose a sí mismo con una fiesta por bulerías para calentar el ambiente con la excelente guitarra de José Quevedo “Bolita” y las palmas de Anabel Rivera y Roberto Jaén. Luego, junto al gran Rafael Rodríguez, se puso serio y dramático y dejó unas seguiriyas de impecable factura. Su personalidad es evidente.
Como quería reivindicar a los maestros gaditanos de los que siempre aprendió, se acordó de Chano Lobato y fue Chano, desde sus inolvidables anécdotas -casi todas inventadas o arregladas por el maestro- hasta sus cantes y su gracia y su espontaneidad y su gaditanía ocurrente y optimista. Cantó el garrotín mezclado con Cantes de El Piyayo, un hermoso bolero por bulerías, la rumba más flamenca y más cubana: “Estoy tan enamorao de la negra Tomasa…”.
La joven bailaora, María Moreno, baila enamorada al compás de las sevillanas flamencas –muy flamencas- con las que rinde homenaje a Caracol, a Lola Flores, a Carmen Amaya y a Camarón con un final emocionado para recordar a Paco de Lucía. Con la guitarra de Jesús Gurrero canta las alegrías de los toreros y las ganaderías, que no es un cante nuevo, pero la letra es un documentado recorrido por el mundo del toro. Sus lances iniciales con el capote fueron un precioso baile al acompasado cante posterior. Tras el solo de Bolita, David nos sorprende con una minera marinera (que tampoco es un cante nuevo, pero la letra sí).
Los fandangos suenan propios aunque nos recuerden a El Rubio. Es tan personal cantando, que todo lo que interpreta parece pura recreación. Así sucedió en su particular interpretación del cante por soleá, en compañía de uno de los mejores guitarristas de acompañamiento que podemos disfrutar hoy cual es el caso del nunca bien ponderado Rafael Rodríguez, al que le puso sensualidad y jondura la joven María Moreno.
Ya todo parecía acabado, pero no. Los tanguillos carnavaleros –Ay, Cai- despidieron una gran actuación de flamenco clásico que colmó las ansias del respetable que llenaba la sala. Ese debe ser el camino de David Palomar para reencontrar su denominación de origen, que últimamente andaba casi desaparecida