De Barcelona a Málaga, de El Palo a Manlleu

Barcelona/ cantando por…”. Nada más natural que ese ida y vuelta o continuidad cultural del flamenco profesional que entonces existía y que hoy se olvida y violenta por aquello de que estamos en tiempos en que interesa inventariar diferencias identitarias en lugar de demandar la igualdad y la universalidad o en tiempos en que la cultura interesa cuando es ostentoso escaparate de las instituciones políticas. Sigo pensando que el flamenco como arte y espectáculo profesional es el mismo aquí que en Barcelona (o en Pequín), que las diferencias en la manera de financiarlo y apreciarlo (lo uno va con lo otro) son políticas y que las diferencias reales que pueden observarse entre unos y otros lugares son sociológicas, nunca raciales o identitarias. Es ese peaje de las servidumbres políticas que paga el flamenco lo que más me duele. Me explico.
 
 Puede que sea cierto que el flamenco se viva con más intensidad entre los aficionados de las peñas de Barcelona, o Cataluña, que en Andalucía; razones hay: para la mayoría de esos aficionados las peñas y el flamenco han funcionado como “culturas refugio” (refugio de nostalgias, de añoranzas, de imágenes vividas cuando sólo éstas se graban, o sea, en la infancia, y también como refugio de un reconocimiento que se les niega en la vida pública o social) y también para esa mayoría de aficionados la oferta profesional es más escasa o excepcional.
 
 En Andalucía, la oferta profesional es realmente abundante y contínua; sólo en la provincia de Málaga se han celebrado más de 40 festivales en los meses de julio y agosto, concursos de peñas y cursos de baile aparte. En septiembre, además de los festivales habituales en esta época, se han sucedido por estos contornos el Congreso Internacional de Arte Flamenco, la Fiesta de la Bulería de Jerez, la lluvia de espectáculos de la Bienal de Sevilla, los recitales de La Luna Mora de Guaro (Málaga), la constitución de la Agencia Andaluza de Flamenco, el anuncio de la futura Bienal de Málaga –que alternará en fechas con la de Sevilla-, la apertura de la temporada del Teatro Cervantes con Sara Baras, etc. Todo ello se vive con normalidad y forma parte de la programación normal de los espectáculos culturales.
 
 No me parece, sin embargo, que ésa sea la diferencia principal con Cataluña. En mi opinión, la diferencia principal está en que paradójicamente las peñas en Andalucía se encuentran más desasistidas que en Cataluña. Aquí, a las instituciones sólo les interesa aquellas programaciones que le sirven de escaparate y se da la circunstancia de que prácticamente todas las actividades antes citadas son institucionales, financiadas, organizadas, patrocinadas y rentabilizadas por las instituciones (Junta de Andalucía, Diputaciones, Ayuntamientos). Por lo que he podido comprobar, las actividades de los aficionados reales y de las asociaciones culturales –como las peñas- se encuentran desamparadas, mucho más desistidas por los organismos públicos que en Cataluña. Por ejemplo, las dos entidades a las que me hallo vinculado (la Peña “El Canario” de Colmenar y la Vocalía de Flamenco de la Asociación de Vecinos de El Palo) dependen mucho más de sí mismas que la Peña de Manlleu o que cualquier otra de por ahí por poco que se mueva.
 
 Hace tan sólo unos días Calixto Sánchez, que renunció hace año y medio a la dirección del Centro Andaluz de Flamenco (CAF), declaraba a un periódico que a la Junta y en general a los políticos andaluces “el flamenco no les interesa en absoluto”. En cuanto a la falta de respeto por el flamenco como música y espectáculo por parte de las instituciones y a su interés casi exclusivo por la popularidad de los nombres de los carteles, decía que “al cabo de 30 años de predicar y de hablar, ya me he cansado. Sólo un 3 % de los festivales tienen dignidad profesional; el 97 %, no”.
 
 Y en cuanto a su relación con los cargos políticos de la Junta mientras fue director del CAF, afirma que “cuando yo hice un proyecto para ordenar el tema de las peñas, lo ensayamos en Cádiz y fue un éxito. Pero, cuando le presenté las conclusiones a Elena Angulo (directora entonces de Promoción Cultural) me respondió: `Las Peñas son unos sitios donde la gente va a tomar unas copitas, ¿no?´. Le dije que con cien millones dejaba a los flamencos roncos de cantar. Pero, no los tenía. Nada, ni eso; ni un duro”. Y añade más adelante: “Carmen Calvo (actual ministra de cultura) fue ocho años consejera de cultura: ¿alguien la vio alguna vez en la Bienal? ¿Va algún consejero a algún espectáculo flamenco? Yo no lo he visto nunca. Con Alfredo Kraus, sí…”.
 
 La otra diferencia, la sociológica, me parece que también que ver con lo que expone Calixto Sánchez. En Andalucía, “con cien millones los flamencos –que son muchos- se quedan roncos cantando…”, porque los hay, por afición y por disposición. Es fácil constatar que los flamencos de Andalucía surten la mayoría de los espectáculos flamencos de España y de fuera; así, en los concursos que se celebran en Cataluña la mayoría de los concursantes son de Andalucía.
 
 Estoy conforme con lo que decía hace poco Gerardo Núñez, el excelente guitarrista jerezano, sobre la mundialización del flamenco. Afirmaba que es absurdo que los andaluces o quien sea quieran tener la patente o el monopolio del flamenco y que éste pertenece a quien lo crea, lo produce y lo promociona; y ponía ejemplos de países muy diversos del planeta. Me parece tan cierto como que hay que matizar que eso ocurre más en la guitarra que en le baile y menos aún en el cante, porque, a decir verdad, el flamenco es un arte popular básicamente en Andalucía y en algunas sociedades donde la emigración andaluza ha tenido peso e influencia.
 
 Eso ha pasado en Cataluña y esa es la afinidad con Andalucía, a pesar de las diferencias. Eso es lo que suscita un doble y creciente interés por los aficionados al flamenco en Cataluña de origen andaluz o conectados con Andalucía, por su condición de votantes indispensables para la consecución de mayorías electorales tanto por parte de las minorías catalanistas hegemónicas en las instituciones como para la estrategia socialista en el conjunto de España y, porque es un hecho que se presta a ejemplificar toda la ideología de una política montada sobre el hecho diferencial.
 
 Por todo ello, las peñas flamencas de Cataluña reciben de las instituciones (Junta de Andalucía en Cataluña, Diputación y Generalitat) más dinero y recursos que las de Andalucía por parte de las instituciones andaluzas y por ello también en Cataluña los políticos son tan dados a figurar en la primera fila de los espectáculos flamencos o folklóricos de los “nuevos catalanes” aunque ni entiendan ni les guste y se duerman, al contrario que en Andalucía, donde la clientela electoral está bastante segura y los problemas son otros y donde, en consecuencia, los políticos se dejan ver en los espectáculos culturales que les dan lustre (óperas, sinfonías, teatro…) y no en los flamencos, que se piensa que no tienen el pedigrí cultural y la enjundia de otras músicas o artes del espectáculo.
 
 Fue en Madrid donde descubrí el mundo de los espectáculos flamencos como integrantes normales de las programaciones culturales. De Málaga, de Córdoba, de Sevilla, llevaba la mente y los sentidos llenos de los ecos de los programas de radio, de los primeros discos, de las primeras críticas con rigor, de alguna tertulia improvisada e incluso de un tablao. Pero, fue en Madrid, a finales de los años sesenta, donde descubrí los tablaos de verdad y, sobre todo, los recitales de cantaores y guitarristas por derecho, como Meneses, Morente, Juanito Varea, Pepe el de la Matrona, Rafael Romero “El Gallina”, Antonio Mairena, Melchor de Marchena, Perico el del Lunar, Enrique de Melchor, Paco de Lucía… Madrid era como la plaza donde tomaban la alternativa los flamencos profesionales y se vivía el flamenco sin más, o en todo caso como expresión cultural antifranquista, gracias a las teorías de J. Mª Caballero Bonald, .Romualdo Molina, Francisco Moreno Galván, Bals Vega, etc. Afición, audición, información, discusión, rigurosamente flamencas, “normalizada”, sin metafísicas identitarias ni servidumbres del poder.
 
 Esa cara de la buena afición y del buen recuerdo es el que, por encima y por debajo de otras sombras y obligados pases con el capote y la muleta, buscaba y creí encontrar en la Peña Flamenca de Manlleu y al que creo con sinceridad que responde, desde sus orígenes, la celebración del concurso “El Candil”. Con la misma sinceridad creo que es la garantía para la supervivencia y desarrollo a la larga de los objetivos que han animado hasta la presente a nuestra peña. Que así sea.
 
Rafael Núñez Ruiz. Octubre del 2004.