Público logró en poco más de cuatro años una tirada considerable para los ínfimos índices españoles de lectura, y consiguió cubrir la demanda de un sector de la población que se identificaba con su estilo fresco, solvente y crítico; un periodismo en cualquier caso enriquecedor para el panorama español. Nacido a finales de 2007, se topó casi desde el primer momento con un mercado saturado de cabeceras y, sobre todo, con una crisis publicitaria que ha puesto en jaque a todos los medios de comunicación del mundo. La Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) calcula que desde noviembre de 2008 un mínimo de 4.827 periodistas han perdido su empleo y que una treintena de canales de televisión, revistas y periódicos han tenido que cerrar en España. El informe anual de la revista American Journalism calcula que las redacciones de los periódicos de Estados Unidos son ahora un 30% más pequeñas que hace 10 años y que sus reporteros desarrollan tareas multimedia antes desconocidas.
El periodismo de calidad está en peligro porque requiere de ingentes recursos, indispensables para tener voz propia. Público inició su andadura con una plantilla creciente de periodistas que las dificultades financieras obligaron a reducir hasta los 110 profesionales que conforman ahora su redacción. Las cuantiosas pérdidas han terminado por desbaratar un proyecto difícilmente sostenible solo en formato digital, dado el todavía minúsculo mercado publicitario que mueve la Red.
El cierre de un periódico trasciende el drama laboral y humano de los que para él trabajan. Una sociedad bien informada necesita la diversidad y profundidad de la prensa escrita, la más fieramente atacada por los embates de esta crisis porque a ella se une una revolución tecnológica a la que todavía no se ha adaptado para ser viable. Unos medios débiles, erosionados por las pérdidas y las reducciones de plantilla, condenan a las democracias a ser más pobres y a producir una información más entregada a los poderes que deben controlar.