velando el último suspiro, el exangüe estertor de quienes de ninguna manera querían morir, por un día más, por un respingo más, aunque fuera agónico, en brazos de los suyos, mientras los más pequeños escuchábamos desde el pasillo y entendíamos que el abuelo gritaba que “no quería morirse” y la aceptación de lo inevitable se llevaba dignamente, exageradamente tal vez pero con la entereza de lo irremediable, mostrando la pena y el luto para acallar decires y maledicencias, por puro duelo y por necesaria hipocresía si también fuera preciso.
Bajo el cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro, triunfante y serena sobre las llamas, el crujir de dientes de los condenados, en el infierno eterno, siniestro y real, tan real como una amenaza inaplazable, mientras ungían los santos óleos el perdón de los pecados sobre el alma que escapaba del cuerpo agonizante, moribundo, sin dar la espalda a la realidad de la vida falleciendo. . .
Para serenar los ánimos y templar los lloros en el velatorio que no escatimaba penas y risas, mientras el cuerpo yacente iba desdibujándose en la desmemoria siempre feble, desde antes de haberse desvanecido en la frialdad gris de los recordatorios con su plegaria reverente a nombre del fallecido en malahora.
En contraste con los sucedáneos de hogaño, entre los “trucos y tratos” del halloween importado que nadie entiende y todos ríen, incluso de medio lado, disimulando sobre la impostura vacua del terror mimetizado en máscaras de goma y sangre pintada, como si nada fuera de verdad, como si la muerte y el dolor se hubieran esfumado, cuando solo se habla de “una larga enfermedad” y el horror inevitable solo estuviera sujeto al crimen insoslayable y al accidente brutal, todo como si se tratara de una buena o mala película, digerible, sobrellevada con liviana superficialidad.
Hasta haber pasado a mejor gloria “El día de los difuntos” que trata de rebajar emoción y angustia, mientras aguardan los cementerios las revistas y los aseos, sin exteriorizar la pena y el recuerdo, con educada y caballeroso eclecticismo.
Aunque las fosas comunes vayan apilando y enterrando huesos viejos, memorias olvidadas, existencias reducidas a la nada más ínfima, en tanto los ricos y los pobres aún se hacen notar entre panteones y nichos, entre lugares familiares de abolengo o reductos estrechos con su lapidita encofrada, moradas últimas y provisionales en el pasar que no se detiene, en el fin que no es consustancial a nuestro propio empeño de permanecer, de hacernos eternos en la ansía frustrada de conseguirlo.
Día de los difuntos para no echar aún en el olvido el recuerdo amable y enternecido de nuestros “seres queridos” que nos precedieron en el vano intento de hacerse inolvidables ¡”que en gloria estén” o “que en paz descansen”!.
Torre del Mar 2 – noviembre – 2.013