Don Miguel de los Reyes

Es difícil vender a Málaga en según que momentos y situaciones pero hay quien lo ha hecho con el mayor de los orgullos.

La del malagueño famoso con su ciudad es una relación compleja y más si tu fama es motivo de envidia.

Es asombroso ver a gente defender a su ciudad cuando ésta muestra absoluta indiferencia a ellos. En cualquier caso todo no es tan sombrío por aquí. Al fin y al cabo Málaga es una historia que se repite una y otra vez en la vida de las gentes. Málaga es quien ayudaba al artista de las Lagunillas y también es quien lo ignoraba.

En ese cuaderno de malagueños con letras grandes, blancas, con caracoleos que simulan las ondas de un cabello pelirrojo que dio la vuelta al mundo muchas veces está escrito el nombre de Don Miguel de los Reyes.

Miguel Quesada Falcón nace en Málaga en el año 1926, en un punto singular de nuestra ciudad. Entre los castizos barrios de la Cruz Verde y Las Lagunillas. Lo hace en una familia humilde pero con recursos suficientes para salir adelante.

Desde chico Miguel se sabía artista. Actuaba donde podía de manera precaria y demostraba a todo el que lo veía que su capacidad artística era muy superior a la del resto. Poco a poco comienza a llevarse unas monedas al bolsillo gracias a su trabajo y va encaminándose con total convencimiento hacia una carrera artística plagada de éxitos.

Casualidades de la vida, en una de esas actuaciones espontáneas, por no llamarla precaria, en las que Miguel se iba forjando a base de palos, le presta oídos Doña Isabel Rubio Argüelles, Marquesa de Berlanga. Dicha señora, con posibles suficientes para permitirse tal objeto, reconoce a Miguel como un talentoso muchacho y pone a su disposición profesores y un pianista para que éste se forme, eduque su voz y puede caminar con soltura en su carrera como artista.

En los años cuarenta, Miguel inicia su carrera como tonadillero debutando en el desaparecido teatro Olimpia de Málaga cosechando un éxito digno de artistas ya consagrados. Lo que fue una casualidad con la Marquesa de Berlanga pasa a ser fruto de su valía y es, tras su actuación en Málaga cuando se pone en contacto con él El Pastor Poeta que venía a ser un manager de la época que hizo que saltaran a la fama artistas destacados del panorama flamenco español.

Tras su “fichaje”, Miguel marcha a Madrid donde comienza a afianzarse en muy poco tiempo como cabeza de cartel de los mejores espectáculos.

Nada más llegar a la capital actúa en el Teatro de Fuencarral de Madrid y lo hace junto a Pepe Marchena y Ramón Montoya –figuras consagradas del cante-.

Es tal la manera de cuajar su estilo entre el público que tras esta actuación en Madrid comienza a ser requerido para participar en grabaciones de discos de copla donde posteriormente él sería la estrella protagonista.

En esta cadena de acontecimientos a cual más dichoso, llega el año 1959 donde Miguel lanza el pasodoble “Noches Bonitas de España” que junto con una serie de coplas y sevillanas populares hacen que se convierta en artista consagrado del panorama musical español.

Desde aquel momento Miguel de los Reyes no participaba de sino que participaba con. Ya no iba acompañando. Ya era un grande y actuaba mano a mano con los mejores. Concha Piquer o Estrellita Castro eran sus parejas de actuación y sus giras por España entera lo hicieron triunfar y fue ahí donde su nombre comienza a pasar nuestras fronteras.

Durante esta etapa de éxito, Miguel monta de manera independiente el Ballet de arte Español, donde reúne a bailaoras y cantaores y primeros artistas para llevarlos de gira por el mundo entero. Ya no solamente triunfaba por su faceta como cantante sino como la de promotor musical, -figura poco conocida en aquella época-.

A finales de los años 50 marcha hacia Argentina donde es requerido por numerosos empresarios y graba allí varias películas de cine como “La guitarra de Gardel y “El Amor brujo”. Estas películas las graba con la compañía de Carmen Sevilla y Ana Esmeralda entre muchas otras.

A su vuelta a España prosigue con su compañía de baile en la que lleva en plantilla a un malagueño de la Trinidad, Gregorio, que hacía de palmero y hacía buenas voces. Con el paso de los años Gregorio comenzó a contar chistes gracias a Summers y ahora lo conocemos como nuestro entrañable Chiquito de la calzada.

Pero si hay alguien destacado en la compañía de Miguel es José. Se trata de un muchacho que llega de Cádiz, con los bolsillos vacíos y que apenas superaba los 16 años. Miguel lo lleva con él, lo cuida y le echa una mano importante con sus gastos y lo más elemental del espectáculo. José resulta apellidarse Monge y no es otro que Camarón de la Isla.

Tras años de trabajo Miguel regresa a su casa. A Málaga. A la Cruz Verde. Donde se sentía cómodo. Es posible que pensara que todo iría bien y el camino sería sencillo. La cosa no fue así. Poco a poco la economía iba menguando y Miguel, -ingenuo o pensando en la nobleza de su gente, pensaba que seguiría trabajando y sacando un dinerillo para poder acabar con tranquilidad.

Desgraciadamente las galas y los espectáculos cada vez eran menos. Miguel no pasa por buenos momentos y son contados los amigos fieles que le echan una mano. Hay un nombre que es de justicia que se reconozca como persona noble y buena con Miguel. Se trata de José Sánchez Rosso, propietario del Restaurante El Chinitas de Málaga. Al nombre de José hay que sumarle el de un puñado más de malagueños que supieron reconocer la labor de Miguel de los Reyes y trabajar para que se le fuera recompensada. Gente con nombre y apellidos consiguieron que el Ayuntamiento le diera un trabajito como maestro en una escuela municipal de baile. Esa misma gente con esos mismos nombres hicieron que se pagara el busto que años después se le ha puesto en la plaza de los monos, cerca de su casa.

La vida en Málaga es injusta con aquellos que llevan su nombre por el mundo entero. Son halagos efímeros que nunca durarán más allá de tu popularidad. Es el caso de Miguel de los Reyes. Lo podemos recordar como un gran artista que murió y fue enterrado con la falta de mucha gente que en vida le daba palmadas en la espalda y como ese artista que, mientras estaba siendo velado en el tanatorio, le robaban su casa dejando vacío de recuerdos una vida que compartió con Málaga.

Pero yo no lo recuerdo así. Lo hago como ese artista pinturero que paseaba con su traje blanco impecable y un pañuelo de lunares en el cuello. Como aquél que encontrabas en el Chinitas con su Valdepeñas y entonando coplas con el acompañamiento de su hermano al piano. Ese es el recuerdo y la realidad de Miguel. Lo otro también lo es, pero me da tanta vergüenza que prefiero olvidarlo

 

FuenteGonzalo León