El furbo es la campa infantil, dos piedras haciendo de portería y corriendo tras la pelota, pelotón abombado y díscolo, todos contra todos, sudando la merienda, de antaño, de cuando pasábamos las tardes en la campa de cerca de casa, locos por emular a los héroes de nuestros cromos ajados de tanto llevarlos en los bolsillos, siempre dispuestos a un intercambio ventajoso, montoncito contra montoncito por descubrir la joya del delantero de cartón coloreado y que nunca aparecía, mientras nuestras madres vigilaban haciendo punto hasta que declinara la tarde.
El furbo es el furbo, era el partidillo semanal, en el campo Los Monaguillos, de carbonilla y casi reglamentario, de piedrilla suelta y porterías enormes, de tres travesaños de madera blanca, tan lejanas, tan seductoras, con el cancerbero infantil hecho un menudillo que no paraba quieto por si lograba sujetar el balón que le llegara. . . suelto, botando, en tiro cruzado e inalcanzable.
El furbo es el el furbo y también era el furbo de antes, cuando uno iba los domingos al partido de tu equipo, a ver a la banda de tu pueblo, al equipo de las pasiones más primarias, corriendo la banda tras la baranda de hormigón armado, pateado, enarbolando el amor por los colores que nos amamantaron, cuando los viejos enseñaban a los jóvenes las perrerías que daban, a veces, el triunfo in extremis.
El furbo era el furbo de cuando había que verlo de puntillas, en los partidos grandes y de ocasión en ocasión especiales, con el padre que nos llevaba de la mano, en la general atiborrada de los ávidos de un triunfo de nuestro equipo, del de los de ringo y rango y los héroes que eran los jugadores que marcaron épocas e ilusiones juveniles, delanteras míticas, defensas aguerridas, finos estilistas de ordenamiento del juego que uno mal veía desde su graderío alto, entre hombro y hombro, en un sin vivir constante y aupado a las ganas de no perderse ni una jugada. . . de gol.
El furbo es el furbo, ahora, televisado, un día sí y otro también, en un cambalache imparable de fichajes y refuerzos, por alcanzar la gloria . . . o la nada, aunque se haya conseguido la permanencia que también es un premio y siempre nos parecerá poco.
El furbo es puro negocio, dicen, una locura de millones y millones, cerca de la mitad negros, sucios, invisibles, filibusterismo financiero. . . que a nadie importa si la victoria cae de los colores de uno, aunque no se pague a Hacienda ni a la Seguridad Social, porque un colegio menos, un ambulatorio menos. . . no valen nada ante la locura colectiva de una copa lograda contra el enemigo a abatir.
El furbo y el partido del siglo cada semana, el furbo y la cita con la historia cada pocos meses, el furbo y El Mundial en Brasil, con un 99% de financiación pública en un país con una desigualdad extrema. El furbo tan flamante y cercano a nuestras expansiones patrias o provincianas de nuestro querido país, en el que, por cierto, una parte considerable de la sociedad “no vale nada” y “se merecen menos que el salario mínimo”, pegados todos frente al televisor que ¿nos hará soñar? con nuestros archimillonarios héroes de calzón corto, ¿por regalarnos la alegría. . . que dure tan poco? .
El furbo es por lo tanto el furbo, “panem et circus”, con nuestros millonarios jugadores chuleando la igualdad de quienes nos creímos que podríamos llegar a aspirar . . .a ser iguales.
El furbo es el furbo . . . por mucho que disimulemos que es . . . el deporte rey.
Torre del Mar 6 – mayo – 2.014