Para ello no vamos a recurrir a uno de los más prestigiosos ministros del ramo (el señor Gabilondo, catedrático de Metafísica si no me equivoco) que hemos tenido la suerte de conocer en los últimos tiempos para recordar lo obvio: que invertir en educación es invertir en futuro y, en consecuencia, es una buena inversión gobierne quien gobierne. Principalmente, si la misma se realiza en el ámbito de la escuela pública. Recurramos, simplemente, a uno de los artífices de nuestra civilización occidental: el filósofo Aristocles (Platón). Simplemente recordar su famoso “mito de la caverna” (sobre su teoría del conocimiento, entre otros significados simbólicos). En resumen, nos dice este dogmático aristócrata (tome nota la tal Esperanza Aguirre) que sin educación no habría felicidad, porque la ignorancia solo podría llevarnos al caos personal y colectivo, al organizar nuestra vida y las de los demás injustamente, al mal individual y social; como corresponde a quienes dirigen un país desde la incompetencia. Es asunto trascendental aprender para alcanzar niveles más altos de humanidad en una apuesta absoluta (en el caso de Platón) por potenciar nuestro carácter específico distintivo: la racionalidad. Es también evidente que a los gestores del sistema económico como el vigente (¡tan racional!), el ser humano les interesa solo desde el punto de vista comercial y a corto plazo; como cosa, como objeto que genera o no genera beneficio. Ahí está el problema: invertir en una “cosa”, en un producto, con la esperanza de que a medio o largo plazo genere beneficios no está entre los criterios de rápida rentabilidad de inversores y especuladores.
Antonio Caparrós Vida