Algunos investigadores señalan que la costumbre inveterada en los pueblos andaluces de hacer la limpieza de las casas los sábados nace de los judíos conversos. Con la apertura de puertas y ventanas para sacudir alfombras, fregar y barrer, demostrarían al resto del pueblo que habían abandonado la fe de Moisés y que trabajaban los sábados como cualquier hijo de cristiano.
También los castigos infantiles clásicos en España estarían basados en antiguas burlas a los niños judíos, ya fuera poniéndolos con los brazos en cruz –haciendo que imitaran a los cristianos– o bien burlándose de sus creencias al colocarlos de cara a la pared, copiando de este modo a los creyentes judíos que rezan en el Muro de las Lamentaciones.
Sean o no ciertas estas interesantísimas teorías, en el mapa de Málaga pervive la huella del Judaísmo. No conocemos a la persona que dio nombre al arroyo del Judío, quién sabe si algún propietario de tierras expulsado de España o que una vez transformado en converso para evitar la expulsión, continuó, nunca mejor dicho, con el sambenito de su antigua fe.
Hay que concluir, y ustedes perdonen la expresión, que a nuestras administraciones les importa un carajo el arroyo del Judío. Alguna vez lo hemos sacado en estas líneas, pero las estaciones pasan y la basura permanece.
Da igual en que época del año a usted se le ocurra pasear por la desembocadura, la playa del Peñón del Cuervo. Siempre la encontrarán, y perdonen de nuevo la expresión, con más mierda que la funda de un jamón.
Este arroyo-vertedero es quizás el más claro exponente del caos de funcionamiento que a veces parece envolver al Ayuntamiento y la Junta de Andalucía. Con tantos años siendo dirigidos por partidos distintos, no desaprovechan la ocasión de liarla, por el bien «de los ciudadanos y ciudadanas de la ciudad» (poética expresión referida a Málaga, recogida en el folleto electoral de un importante partido político).
Hace un par de semanas el Consistorio se puso a limpiar varios arroyos de Málaga (desde luego, el del Judío no). El Ayuntamiento aprovechó para poner a caldo a la administración autonómica, señalando que es a la Junta a la que le compete tan ingrata tarea.
En realidad es algo que nadie tiene muy claro. El saber popular administrativo llegó a acuñar un dicho para aclarar el entuerto: «De los matojos se encarga la Junta, de la basura, el Ayuntamiento». Pero luego vienen las puntualizaciones. Así, el delegado de Medio Ambiente precisó este mismo año a este firmante que la Junta no tiene que quitar todos los matojos por sistema sino asegurarse que el cauce esté despejado y por él pueda bajar el agua.
Como las dos administraciones habían llegado a unos niveles de incompetencia difíciles de superar –para indignación de los vecinos– han llevado esta discusión sobre galgos y podencos a la Justicia, que tendrá que aclarar el entuerto.
Mientras tanto, la porquería sigue a sus anchas. El arroyo-vertedero del Judío bien puede ser una metáfora de esta enconada situación. Un absurdo fluvial