Plinio el Viejo murió tratando de salvar a unos amigos, y el drama lo contó años después su sobrino Plinio, lógicamente el Joven. En el siglo XIX quien hizo más por la fama de Pompeya fue el inglés Edward Bulwer Lytton con su novela Los últimos días de Pompeya. Han pasado los siglos y en nuestros días, podemos sentirnos orgullosos porque no hay mejor ejemplo de la decadencia pompeyana, de lo que significa un núcleo vivo convertido en ruinas, que lo que las actuales concesionarias de los Baños del Carmen han hecho en el último cuarto de siglo por este rincón de Málaga, que es absolutamente nada.
El autor de estas líneas acompañó el pasado domingo a los indignados vecinos del Palo y Pedregalejo a la concentración en el Balneario del Carmen para reclamar el rescate de las concesiones y pudo comprobar, una vez más, que algunas calles de Pompeya están en mejor estado que este antiguo rincón de veraneo de 1918.
Fuentes destrozadas, columnas rotas, bordillos descuajaringados, techos hundidos, aceras levantadas hasta el punto de hacer la ola, como en los estadios… Es tal el catálogo de desperfectos que uno se pregunta si el Estado no podía haber exigido a estas empresas malagueñas, que desde 1988 parecen haber tenido su sede en Babia, un mínimo de actuaciones para mantener este espacio con el debido decoro sin que, por ejemplo, la portada de hace casi un siglo no se caiga a pedazos y sin que la columnata frente al roquedal no parezca un trozo del Foro de Roma. En este asunto, la Dirección General de Costas también da la impresión de no haber hecho los deberes.
El caso es que la última propuesta de las constructoras malagueñas, la de arreglar este desaguisado del que no se han ocupado en 25 años, llega muy a última hora.
Sin ir más lejos, además de mantener el Balneario en barbecho desde 1988 y que allá se las componga, tampoco se han destacado en su entrega por echar a los okupas de sus terrenos. Ha tenido que mojarse el Ayuntamiento en el último momento para acabar con más de dos años de ocupación (y de martirio a los vecinos).
Por eso, sin ni siquiera entrar a examinar el proyecto empresarial, por respetuoso que sea con el plan de reforma de los Baños, la pregunta del millón es: ¿realmente merecen estas empresas continuar con la concesión después de 25 años dejando que se caiga el Balneario del Carmen?, ¿han hecho méritos para quedarse con una concesión que de seguir en 2018 se prolongaría durante 75 años?
Esta es la pregunta del millón, la que pocos se molestan en abordar precisamente por incómoda. ¿Hace falta contestarla? Aquí va: Por todo lo que no han hecho en este último cuarto de siglo, por haber dejado que los Baños estén más cerca de unas ruinas pompeyanas que de un veterano espacio de recreo, el Estado debería poner fin a estas concesiones ahora o en 2018. Sus titulares no se han ganado la prórroga y a Málaga le han hecho perder el partido