Un partido crudo, tremendo y variable coronó al Barça en la Copa, a un Barça obligado por las circunstancias a ser otro Barça. Apurado por un Sevilla de cuerpo entero, por ese Sevilla de las gloriosas pasarelas europeas, los azulgrana se vieron ante una intriga desconocida. Con Mascherano expulsado poco después de la media hora y Luis Suárez lesionado de vuelta del descanso, el equipo barcelonista tuvo que tirar de épica, aguantar los arrebatos rivales y esperar su momento. Lo encontró en la prórroga, a la que el Sevilla también llegó con uno menos por una tarjeta roja a Banega. Y le llegó el brindis con un primer goleador inesperado, Jordi Alba. El lateral puso el acento a un partido en el que colosos como Iniesta, Piqué y Busquets quitaron foco a sus distinguidos delanteros. Por supuesto, no faltó Messi, autor de las dos asistencias goleadoras, esas diagonales messiánicas que nadie interpreta mejor que Alba y Neymar, que con su gol postrero bajó la persiana a un Sevilla que no supo rentabilizar su momento cuando en ventaja tuvo que llevar el control.
El manual de inicio fue del Sevilla, que impuso el relato del partido. Apareció el Sevilla más genuino, el que negó cada bocanada de aire a los azulgrana, siempre apretados, acorralados en cada metro cuadrado. Hay mucho del Atlético, azote del Barça en más de una ocasión, en este equipo de centuriones forjado por Emery, donde abundan los soldados rasos de fe infinita, todos de suela desgastada. De libro el Sevilla, los barcelonistas vivieron un engorro constante, falto de chispa Neymar –hasta que se encauzó en el tramo final-, encapsulado Luis Suárez y con Messi de jaula en jaula, de carcelario en carcelario. No hubo un Barça suelto, sino más bien farragoso, neutralizado salvo en alguna arrancada de Leo y los exquisitos pasos del Bolshoi de Iniesta, pero siempre a varias cuadras de Sergio Rico, que no tuvo escenas hasta el final. En este Sevilla hay más de una muralla, es un conjunto de alambradas. Menudo hueso para cualquiera, Barça incluido.
Segado el Barça, el cuadro andaluz se apuntó más de medio partido. Lo suyo, ante rivales de este calado, es rebajar al adversario. Es su primer reto, y lo consiguió con creces, hasta dejar sin tajo a su portero, hasta la prórroga casi de vacaciones ante una delantera con tantos galones. Del segundo pulso, el de ida, se encargaron Iborra y Gameiro. Una pareja tan básica como efectiva, cristalina. Uno las caza al vuelo, el otro, el francés, tira de turbo. Ambos protagonizaron la jugada que alteró la trama. Iborra pasó el peine a un pelotazo, Gameiro metió marcha hace Ter Stegen y Mascherano se colgó de la camiseta del galo. Expulsión o expulsión, como así fue. Como mínimo, al Barça le quedaba casi una hora por delante en desventaja. Nunca se había impuesto con once, ahora le tocaba remar con diez. Y al árbitro administrar la justicia con el mismo rigor, lo que no siempre hizo a ojos de los culés, desquiciados hasta la roja a Banega al considerar un exceso de permisividad con los sevillistas, tipos de corte recio.
La baja de Mascherano condicionó por completo el choque. A uno y otro se le cambiaron los papeles. Luis Enrique esperó hasta el intermedio para dar pista a Mathieu por Rakitic, cuyo relevo ya es tradición en este Barça. En mayoría, al Sevilla le llegó la hora de mutar su papel de resistente. No es equipo que acostumbre a llevar la batuta en las grandes ocasiones, se siente más cómodo en la sala de espera, siempre en alerta para rebañar. Por su parte, al Barça le correspondía más nunca jugar a la contra, a campo abierto. Conducido por Banega, el conjunto hispalense se orientó por los costados, con Iborra en el punto de mira y Gameiro y la segunda línea de pesca. Pero a los chicos de Emery les faltó convicción y, salvo un remate de Banega al poste, no lograron superar a un adversario colgado del tendal de Piqué, inmenso como cortafuegos al igual que Ter Stegen, portero de tan buenas manos como pies. Tampoco faltó la asistencia de Busquets, futbolista de todos y para todo. Con uno menos y Luis Suárez, jugador bandera de la Liga, rumbo a la enfermería, para el Barça el partido quedó supeditado a esos sobresalientes subalternos que no lucen en su delantera de neón.
Sometido por el mayor empuje sevillista, los azulgrana se encomendaron al extraordinario respiradero de Iniesta, el calmante de todos, el más capaz para estirar al equipo, para sacarle de la cueva. Con su celo con la pelota, que en sus pies resulta invisible para rivales, compañeros y espectadores, Iniesta sostuvo a los suyos hasta que en el último suspiro antes de la prórroga Banega hizo descarrilar a Neymar y tomó la dirección de Mascherano. Al Sevilla se le fue su momento. Igualadas las fuerzas, irrumpió el Messi de estos tiempos, el pasador sublime, el que ha patentado una jugada de autor: sus diagonales a Neymar y Jordi Alba. Una acción mil veces vista este curso, pero algo tienen los genios que por mucho que se repitan nadie les pilla el truco. Ya en la prórroga, por enésima vez en la temporada, Leo conectó con Alba, que llegó al área como suele, con el mentó en alza y un cohete en las botas. Gol. Como gol fue el Neymar, con otro calco de Messi. Una diana para certificar definitivamente a un campeón de campeones. Lo es por doblete –su séptimo de la historia- este Barça que encadena 24 Ligas y 28 Copas. Y lo es este Sevilla de leyenda, un competidor feroz que se las apaña y se las apaña cada curso. Gloria para ambos, el trono para el Barça y un pedestal para Iniesta.