Hubo una vez un muro que, a fin de cuentas, separaba una flamante urbanización de chalés de un barrio humilde. Como resultado, los niños de este barrio debían andar cerca de un kilómetro para ir a la guardería, porque les cortaba el camino, aparte de que los vecinos se sintieron discriminados por esta separación.
La flamante urbanización era Miraflores del Palo y el barrio humilde, Las Cuevas del Palo. El pasado jueves, la Asociación de Vecinos del Palo recordó en una charla a los vecinos de Las Cuevas la caída de ese muro, que siempre calificaron como «de la vergüenza».
La demolición tuvo lugar el 30 de abril de 1983 pero hasta conseguirlo hubo que recorrer un largo camino.
Falele Rodríguez, expresidente vecinal, recuerda cómo, siendo camarero en Casa Pedro, acudió a un servicio en la desaparecida Casa Grande del Palo a comienzos de los 60 y allí se presentó el proyecto de urbanización de Miraflores del Palo.
«La urbanización levantó el muro, a cambio de darle agua a los vecinos. Fue un convenio con los vecinos de calle Calvario, en Las Cuevas», resume Miguel López Castro, también expresidente vecinal, que el pasado jueves impartió una charla en Las Cuevas sobre esta lucha vecinal, para celebrar la próxima salida a la red de la revista vecinal ‘El Copo’, ya digitalizada, que informó de las noticias del Palo entre 1980 y 1997. Los vecinos, por cierto, confían en que la publicación en internet pueda hacerse a través del Archivo Municipal.
Antonio Morales, de 75 años, el vecino de calle Calvario que inició las protestas, cuenta que el muro se levantó después de «mil peleas» entre los responsables de la urbanización y los vecinos, dado que mientras se estaba levantando, los habitantes de Las Cuevas, un barrio sin agua ni saneamiento, seguían entrando en esos terrenos para llenar sus cubos y cántaros. «Íbamos a por agua a una minilla que estaba calle Villafuerte arriba, por debajo del Unamuno». Sin embargo, cuenta que en ocasiones, les habían tirado el cubo a las mujeres, que volvían sin agua a las casas.
Al final, se alcanzó una solución de compromiso: «Nos dijeron que nos ponían el muro para cortar calle Calvario y a cambio nos ponían el agua a la entrada del barrio, y vimos el cielo abierto», reconoce Antonio Morales.
Con este acuerdo, Las Cuevas contó con una fuente, y los propios vecinos, «con la ayuda de la Iglesia y el Ayuntamiento», recuerda, hicieron las obras para la conducción del agua y el saneamiento».
Como destaca José Olivero, que ayudó a revitalizar Las Cuevas a partir de 1970, el barrio se inundaba por el arroyo que lo cruzaba, no había la más mínima infraestructura y un gran estercolero campaba en mitad del barrio.
Al final, Antonio Morales, que se consideraba «el rebelde» de Las Cuevas, consideró injusta y denigrante la medida: «Yo le decía al de la urbanización que por qué no cortaba la calle Villafuerte o la calle de los jesuitas, pero lo que le estorbaba eran Las Cuevas».
Al tiempo que el Ayuntamiento dotaba de agua al resto de la barriada y llegaba la Democracia, Antonio Morales explica con gracia que un día «me dio a mí por escuchar los verdiales, se me cambió la cabeza y al otro día eché el muro abajo».
Era el año 81 y Antonio fue llevado a juicio. En realidad, como recuerda Miguel López Gaspar, para tirar el muro contó con la ayuda de dos vecinos, pero él solo acarreó con las consecuencias para no perjudicarlos.
Tras el juicio, fue multado con 365.000 pesetas -que alguien o alguna entidad pagó en su lugar- y fue condenado a levantar el muro de nuevo. Esta segunda versión, más endeble, con la presencia de un notario, se construyó un domingo de mucho calor, rememora Antonio.
Lo del muro de peor calidad se explica porque la urbanización, a su vez, ya rehecha la tapia, la echó abajo para levantar a su vez un muro más sólido, esta vez de hormigón.
El gesto de Antonio, sin embargo, no cayó en saco roto. Dio lugar a una gran movilización vecinal, a pancartas y pintadas por todo El Palo y a una comisión y asambleas coordinadas por la Asociación de Vecinos del Palo. El concejal del Palo de entonces, Manuel Ramírez, muy receptivo al problema, hizo las gestiones para que el Ayuntamiento expropiara el muro y el suelo donde se levantaba.
De esta forma, en una calle Calvario engalanada con banderas, el 30 de abril de 1983 pudo echarse abajo. Una manifestación de vecinos recorrió El Palo con una gran pancarta que rezaba: ‘La unidad ha triunfado. El muro fue derribado’.
Este éxito vecinal fue el pistoletazo de salida para embovedar el arroyo y dotar al barrio de aceras, luces y un aspecto digno, algo que ya se logró en 1990.