Además, la mansión es la constatación de que en España existe un nexo de unión entre el mal gusto y el incumplimiento urbanístico. Los expertos en Historia de los Horrores Arquitectónicos de Málaga (la versión abreviada son 10 tomos) no se ponen de acuerdo en datar la obra, sin embargo, algún aventurado la encuadra en la ‘etapa postsoviética merde’, cuando en Rusia tuvo lugar la eclosión del capitalismo y por tanto, de los nuevos ricos.
Al fin y al cabo, aunque en mucha menor medida, esa eclosión es la que hace 40 años tuvo lugar en la Costa del Sol y aquí estamos, con una sola franja en la capital de playa virgen, y eso después de disputársela al Ayuntamiento.
En cierta manera, al San Antón le ha salido un grano urbánístico molestísimo que es como una parodia del sitio de Zaragoza, con la diferencia de que la ciudad del Ebro estaría en terreno no urbanizable.
Los vecinos de los Pinares de San Antón están fritos, como muchos malagueños, porque alguien ponga coto a esta continua operación de expansión y oídos sordos a la legalidad. Y lo cierto es que cuando uno contempla esa ‘masa acementada’, duda si no ha viajado en el tiempo hasta la Marbella de Jesús Gil y otras caspas.
¿A qué esperan el Ayuntamiento y la Justicia, no ya para pronunciarse sino para actuar? Aunque no todo el monte San Antón es orégano, dentro de otra década podría ser, todo él, un palacete ruso. En ese caso habrá que cambiarle el nombre. Ya no serían ‘las tetas de Málaga’ sino las de Moscú o San Petersburgo. A elegir.
Altura de miras
Horteradas aparte, el monte San Antón, dejando atrás en la subida la urbanización de los Pinares, está estos días en plena ebullición de Primavera y resulta complicado no detenerse cuando se asciende, ante el despliegue de flores.
Ya en lo alto del primer pico, presidido por la cruz que instaló el Padre Tejera y los boy scouts del colegio del Palo, las vistas no pueden ser más impresionantes y más hermosas. La ‘altura de miras’ da perspectiva y deja en un segundo plano los detalles más truculentos.
Fuente: Alfonso Vázquez.
La Opinión de Málaga