Se acostumbró el año pasado al caviar y exigía goles, buen juego y una clasificación holgada. Incluso optar a competición europea. Y el engañoso 3-0 al Atlético también desembocó en una euforia desmedida. El equipo cumplió ayer su objetivo real, la permanencia, en un festejo similar a un ascenso -porque casi lo era- y la afición la emprendió con el entrenador. Evidentemente tiene su cuota de culpa, pero nadie recordó ni al presidente (por jugar con fuego) ni a los encargados de la planificación (por su lentitud para fichar y su incapacidad para traer refuerzos en diciembre). En cualquier caso, fue un día de júbilo, redondeado por el gol de un malagueño de corazón, Alexis, en Valencia. «Debemos aprender de los errores», se ha escuchado constantemente en La Rosaleda los últimos ocho meses. A ver si es verdad.
El Málaga es de Primera (1-1)
El fútbol le debía al Málaga aquella carambola que hace un cuarto de siglo lo mandó a Segunda. Daba igual cómo, pero los resultados debían cuadrar. Y afortunadamente el malaguismo sufrió menos de lo esperado. Lo hizo con la última tentativa de Muñiz con el esquema que mejor le ha ido durante la temporada, con un solo punta -sí, con un solo punta- y con un centro del campo poblado. Fue la pirueta que el asturiano se inventó cuando el panorama pintaba más feo y que duró hasta que Benachour ya necesitaba oxígeno.
Reforzar la medular le vino bien al Málaga, aunque, como es habitual, careció de llegada. Sanz tiene que cambiar la plantilla de arriba abajo y ponerle las pilas a Sandro (o al que sea) para encontrar en el mercado velocidad de una vez por todas y un delantero centro en condiciones. Aunque cueste. Duda, como casi siempre, fue el salvador en una arrancada excelente en la que tuvo como aliado a Caicedo.
El Barcelona aún no había marcado y, cuando en un santiamén se colocó con dos goles de ventaja, muchos pronosticaron que el conjunto blanco iba a descomponerse y a levantar el pie. Ni por asomo. Salvo Cristiano Ronaldo, que siempre se movió lejos del área -no se sabe si por el »recado» que le dejó Jesús Gámez o porque no quiso hacer sangre con el débil-, los demás dieron la talla. Marcelo cabalgó como si nada y parecía que a Van der Vaart e Higuaín le iba la vida en cada balón. El Málaga tuvo que replegarse, cerrar pasillos, proteger a los defensas. Sus salidas tampoco resultaban eficaces por la lentitud de Caicedo.
Van der Vaart lanzó dos avisos antes del descanso y en el segundo encontró la mano de Munúa. Y el holandés sería el verdugo malaguista en una reanudación titánica, con otra intervención del guardameta malaguista (a tiro de Marcelo) y un penalti flagrante de Sergio Ramos a Caicedo que, según la norma no escrita, tampoco fue señalado por el colegiado. Esta vez tampoco fue la excepción en toda la Liga.
El gol de Van der Vaart sacó a relucir la debilidad malaguista. El centro del campo ya no podía contener y encima salió Guti, hipermotivado. Muñiz introdujo a Juanito, una decisión a todas luces lógica, y hasta hubo quien silbó. Sería del Madrid, claro. Munúa emergió de nuevo para responder a Benzema y Guti, pero la permanencia casi se jugaba más en Valencia que en La Rosaleda. Y si en Pamplona apareció Calleja para darle a Dady el gol que frenaba al Xerez, Alexis se encargó de rematar la faena desde la distancia.
¡Salvados! Al fin. Toca celebrarlo durante un par de días para luego empezar a planificar el futuro con más sentido, con sangre fría, con cabeza, con inversión y con celeridad. La plantilla necesita una vuelta de calcetín, porque sin gol ni velocidad el Málaga volverá a sufrir muchísimo. Y Sanz lo sabe.
fuente: Diario Sur