A Leo Messi también le interesaba ver el mar cuando llegó a Barcelona a los 13 años, procedente de Rosario, dispuesto a jugar en los equipos inferiores del Barça si el club se hacía cargo del tratamiento que precisaba para su crecimiento. Y a juzgar por una entrevista concedida a la revista GQ, se sorprendió cuando descubrió que “el mar en Barcelona no era azul sino gris”. El contrato de Messi se formalizó en una servilleta mientras que el de César fue tasado en 2.000 pesetas y un sueldo mensual de 400. La casa de Messi está cerca de la playa de Castelldefels y la habitación de César tenía vistas al Mediterráneo. Aunque diferentes, como corresponde a dos futbolistas de épocas distintas, ambos tienen más cosas en común que su fascinación por el mar.
A César le gustaba ponerse de portero, como cuando defendió durante media hora el marco por la lesión de Velasco en un partido con el Valencia que acabó 1-0 para el Barça. La actuación del delantero fue tan celebrada como la fotografía que la semana pasada colgó Puyol en twitter: la palomita de Messi en un entrenamiento era más propia de Valdés que de un ariete. El Pelucas, como se conocía a César, era fibroso, atlético y sus dos piernas se levantaban como dos columnas con muelle. “¡Tenía un caminar!”, recuerda su viuda, Ema Revillo. También resulta sorprendente la elasticidad de La Pulga. César apenas se lesionaba, como Messi. Muy técnicos y con visión de juego, su vida siempre se ha vinculado al gol.
El 18 de abril de 2007, día en que Messi le marcó aquel tanto maradoniano al Getafe, Evarist Murtra recordó que César había metido el mismo gol en un partido ante el Oviedo, el 12 de septiembre de 1948. “Así es César, el jugador modesto y el maestro, el más completo de todos y único”, tituló Barcelona Deportiva.
César fue respetado, querido y honesto. En un encuentro contra el Murcia, tiró a fallar un penalti porque el árbitro se equivocó. “Volvería al Barça hasta de conserje”, confesó en 1958 cuando fue homenajeado en Les Corts siendo entrenador del Elche después de 13 temporadas como azulgrana.
Igual que pasa con Messi, César fue un goleador y un 9 diferente, nada que ver con el ariete físico. Le llamaban El Pelucas por su calva, propia de un delantero que cabeceaba de fábula, aclamado en cada córner que botaba Basora. Le daba bien con las dos piernas y, al decir de las crónicas, sabía leer el juego: “Cambiaba la dirección de un ataque, enderezándolo o desviándolo hacia la línea de menor resistencia del rival”.
Gol a gol
De los 234 goles de Messi, casi la mitad, 114, han sido al primer toque, y otros 53 solo han precisado de dos. 20 tantos han sido de vaselina, y 12 tras regatear al portero. La Pulga, que mide 1,69m, ha marcado 10 goles de cabeza, uno con la mano (al Espanyol) y otro con el pecho (a Estudiantes de La Plata). Con la pierna izquierda ha celebrado el 80% de sus dianas, 188. De penalti ha marcado 22, y cinco de falta. Este curso suma 54 goles en 44 partidos. Acumula 15 tripletes.
Messi entra en el club de los máximos goleadores de los grandes equipos: Gerd Müller marcó 525 con el Bayern Múnich; Pelé, 524 con el Santos; Ian Rush, 346 con el Liverpool; Raúl, 323 con el Madrid; Giuseppe Meazza, 288 con el Inter; uno menos lleva Del Piero con el Juventus; Mundo celebró 269 con el Valencia; Bobby Charlton, 249 con el Manchester United; Nordahl, 221 con el Milan; Escudero, 170 con el Atlético.
César tenía muy buenos recursos técnicos y se le consideró un innovador en un equipo que había tenido delanteros como Alcántara, Samitier, Escolà o Mariano Martín. “Es el hombre más regular y efectivo”, escribió Carlos Pardo. “Imprimía a las jugadas una especial espectacularidad que surgía de manera espontánea. Año tras año se mantuvo en el dificilísimo meridiano del acierto, y con ello dio motivo a que pudiera parecernos que eso de que siempre fuese el mejor, el goleador más peligroso y efectivo, era la cosa más sencilla y natural del mundo”. Así le describía el mismo Pardo: “Sabe llevar la pelota pegada al pie. Posee la intuición exacta del dribling, el sentido del pase, pero por encima de todo está su temible disparo. Un rematador puro”. Y, en la despedida, remachó: “César ha funcionado con la matemática precisión de un cronómetro. No tenía una jugada predilecta, sino momentos de inspiración, destreza en descolocarse e infiltrase en la red enemiga”.
Algunas de las expresiones utilizadas con César se han repetido con Messi, un delantero igualmente único, capaz de evolucionar también la figura del delantero centro hasta llevarla en su caso al ahora denominado falso nueve. “Al igual que Messi, César se movía por donde quería y era infalible”, cuenta Ramallets. “Ambos se han convertido en los mejores casi sin quererlo”. Amigo de Biosca, César tenía una conexión excelente con Basora y Kubala, de la misma manera que Messi sintoniza con Iniesta y Xavi. “Messi es un ratoncito porque se mete por todos los sitios”, confiesa la viuda de César. “Es muy bueno y muy buena persona, como mi marido”.
Los porteros de la época coincidían: “Kubala era muy peligroso, pero César era el mismo diablo; al menor descuido te metía un gol”. “Era elegante, fino, hábil con las dos piernas y se las llevaba todas con la cabeza”, recordaba hace poco Basora. Raramente discutía con el árbitro, se metía con el público o polemizaba con el adversario. Igual que Messi.
El fútbol de César llegó a la gente como miembro del equipo inmortalizado por Serrat con la canción Temps era Temps: “Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón”. A sus 24 años, Messi ha agotado los adjetivos. Aún le queda, sin embargo, recorrido y retos. La vez que le advirtieron de que jamás tendría el remate de cabeza de César, marcó el gol definitivo de un testarazo en la final de Roma: se levantó, flotó y dejó con la boca abierta a Van der Sar.
“Lo que nunca será Messi es tan presumido como César”, coinciden los que saben de ambos. Al Pelucas le gustaba mirarse y reflejarse en el mar; Messi prefiere tenerlo cerca. El mar fue el horizonte de César y ahora lo es de Messi.
Fuente. Diari El País