El Pimpi Florida, un lugar con alma

Colas en la puerta para entrar y coger el mejor sitio. Lleno absoluto todos los días. Una vez dentro apenas puedes moverte, ni tú ni nadie, pero todo el mundo es feliz por haber logrado el sitio que tiene y disfrutar de la noche. No es un concierto de tu artista favorito, tampoco una firma de disco ni regalan nada. Es un retrato de un día cualquier en El Pimpi Florida.

Esta marisquería, que apenas cuenta con unos 30 metros cuadrados de local, es un lugar de peregrinaje para malagueños y turistas. Una barra tan singular como ésta no se encuentra en otro sitio: te recibe la música de Raphael, las paredes están decoradas por fotografías de celebridades que han pasado por el local, y por gente no famosa, ya que desde hace unos años los clientes decidieron dejar sus propias fotos de carnet en los marcos que ya engalanan el establecimiento.

La música y el ambiente hacen única a esta marisquería de la barriada de El Palo

Son ya tres generaciones las que ha regido El Pimpi. Ahora es Pablo López quien ha tomado los mandos del lugar, pero el bar permanece casi intacto desde que su abuelo se hiciera cargo del Florida, que era de unos tíos suyos. Ese es posiblemente uno de los secretos de este sitio: su esencia. Pablo tiene claro que no va cambiar absolutamente nada. Dicen que si las cosas funcionan es mejor no tocarlas. Además, como afirma su dueño, "el que viene aquí sabe a lo que viene": un sitio donde no vas a comer sentado, estarás apretado y si tienes que ir al baño te va a costar trabajo, pero también un lugar con un ambiente inigualable, una comida de calidad y una atención, por parte de José y Pablo, que hará que esté como en casa.

Raro es el día que no se queda alguien en la puerta pensando si podrá entrar. Y es que algunos ya están, un día cualquiera, a las 20:00 horas esperando, una hora antes de que el negocio se ponga en marcha. Y raro es también no encontrar a alguien que viene de fuera de Málaga con la recomendación expresa de El Pimpi Florida. Uno de estos casos es el de Javier y Vanesa, vallisoletanos, aunque ellos juegan con ventaja: vivieron antes en Málaga y eran fieles del local, de hecho Pablo afirma que lo conoce desde hace años. Otro ejemplo es el de Álvaro Valle y sus amigos, que vinieron una semana a Málaga desde Logroño, pero sabían que no podían dejar de pasar entre estas cuatro paredes. "Me habían dicho que era un sitio especial, pero no me esperaba esto", comenta Valle, "la verdad es que merece completamente la pena. El sitio te cautiva, la comida está muy buena y el ambiente es único".

La decoración es de lo poco que ha ido variando en un bar donde no se ha modificado ni el mobiliario. Además de las fotografías que llenan las paredes -incluido algún carné de biblioteca de una universidad polaca de Varsovia-, el resto de objetos son, en su mayoría, regalos de los clientes. Cuba, París, Londres, Tailandia… Uno puede hacer un recorrido por el mundo mientras se come unas gambas a la plancha y degusta un vino blanco.

Una de las cosas que más llama la atención mientras uno observa el local son un tricornio y otras dos gorras de cuerpos del Ejército. Al preguntarle a Pablo conoce la historia, como la de cada figura que viste el local: todo comenzó con el chapiri de legionario, un soldado con nombres y apellidos para el dueño. "Aquí viene mucho un legionario, Godoy. Tenemos puesto al Cristo de Mena y la Virgen de la Soledad junto al tiro de cerveza, y él la sacó una vez. Me dijo que me traería un chapiri, nos lo regaló y yo lo puse", afirma Pablo. "Eso fue hace varios años", comenta. Desde hace unos meses le acompañan un tricornio de la Guardia Civil, obsequio de Miqui que además "lo dedicó por dentro", asevera orgulloso el dueño del local. Y la cosa no quedó ahí. "Unos policías vieron el tricornio y también me regalaron una gorra. Un local y un nacional", recuerda Pablo, que no se olvida de nadie: "hace unas semanas un bombero me regaló una estatuilla con una chapa de bombero", y ahí está acompañando al resto de objetos.

Es imposible no preguntar por las cientos de fotografías de clientes que hay en los marcos de los cuadros del local: anónimos, habituales, personas que sólo han ido una vez, fotos actuales o con apariencia ochentera. Como con todo lo que respecta a El Pimpi, Pablo puede contar la historia. "Empezó un muchacho. Puso la primera foto, pidiéndonos permiso, hará unos cuatro años. A los días había ya cuatro o cinco", recuerda. Ahora "los cuadros están minados", y es que son muchos los clientes que tratan de dejar su sello y les es imposible por falta de espacio. "Tengo tuppers de fotografías guardados", comenta Pablo mientras saca un par de cajas de plástico de debajo de la barra, efectivamente llenas a rebosar de estampas de clientes que quieren formar parte de El Pimpi Florida. "Tengo incluso la foto de alguien que la trajo porque su abuelo venía mucho y falleció, y quería que estuviera aquí presente siempre", recuerda Pablo, y es que son muchas imágenes pero todas tienen una historia detrás.

Son tantas las fotografías que tienen que desde hace unos años, un proyecto ronda su cabeza. "Tenemos pensado hacer un mosaico junto a la cocina con todas las fotos", una idea de Jesús, su padre y alma mater de este negocio, que falleció en 2014. La idea es "hacer una figura o alguna cosilla así", comenta Pablo. Un proyecto que dará otro toque peculiar al negocio.

Los últimos éxitos musicales suenan en los altavoces, pero en una versión aflamencada. Aquí no escuchará a Carlos Baute o Daddy Yankee, suenan Juanito Valderrama o Los Pecos, y además los clientes conocen las letras.

El local está lleno de encantos y secretos. Los fumadores que han logrado entrar a primera hora y coger un sitio al fondo de la barra pueden pasar al patio interior a fumar sus cigarros, sin necesidad de atravesar el local entero hasta llegar a la puerta de entrada. Y si llega tarde pero sus amigos están al final del Pimpi celebrando un cumpleaños, Pablo te abre la puerta secreta que permite acceder desde el lateral y entrar directamente al fondo del bar.

El ritmo en la barra es frenético. Más de sesenta personas llenan el local, dos camareros lo controlan y en la cocina Rosa Mari, la tía de Pablo marcha las comandas. Pero, ¿cómo controlan los pedidos si no hay mesas? En El Pimpi Florida han creado su propio sistema. Una libreta sirve para controlarlos a todos, y los encargos se nombran por las características del grupo: los de la esquina, el chico alto, o si se eres habitual te fichan por el nombre. Así, al final de la noche, se hace la cuenta de cada mesa.

La noche avanza. Ya se han servido una buena cantidad de gambas al pilpil, a la plancha, navajas y las socorridas tortillas de patatas que sirven a los clientes para comer mientras llegan los platos calientes. Las botellas de vino vacías parecen desfilar tras la barra como si de una procesión de Semana Santa se tratara y el ambiente es una fiesta. Canción que suena, canción que se canta. Sea cual sea el tema, más de la mitad de los presentes no dudan en corear su letra. Es otra de cosas que hacen especial al establecimiento.

La cocina cierra, es tarde, pero la noche no acaba en El Pimpi Florida. Abren sólo de 21:00 a 2:00 de miércoles a domingo, pero las cinco horas que se están dentro -quienes llegan tarde o se van antes del cierre son los menos- se aprovechan al máximo. Es ahora, con el trabajo en barra dando cierta tregua, cuando más se ve que quienes trabajan allí disfrutan con lo que hacen. Igual te sirven una copa de vino que te tocan las palmas, siempre con una sonrisa. Noche tras noche, un lugar con alma