El placer del baño

DESDE la presencia de los árabes, Málaga siempre dispuso de baños públicos para que los ciudadanos disfrutaran de la cultura del agua. Los había de agua dulce en el centro -entre 1840 y 1950- y los que querían zambullirse en agua salada se iban al puerto o a las playas de Pescadería, Sanidad, Embarcadero y los baños de mujeres o baños de ciegos. Eran de noche y con separación de sexos. También existían los baños de mar Diana, la Estrella y Apolo, que estuvieron abiertos entre 1843 y 1885. Se empleaba agua de mar y dulce, y los usuarios disponían de duchas de chorro a presión y regaderas.
A ellos se unieron los célebres Baños del Carmen (1918), que por la oferta de sus actividades de ocio parecía más un club social. Además de los baños de día, al sol y al aire libre, había una zona de deportes y de bailes, restaurante, vestuarios y duchas.
Las imágenes de la época son un claro reflejo del cambio de costumbres en la relación del hombre con el disfrute del mar. En los años cincuenta, el Obispado de Málaga dictó un bando en el que se prohibía de forma expresa que mujeres y hombres se mezclaran en el baño, y ello a pesar de lo recatado de los bañadores de la época, que apenas dejaban al descubierto media pierna.
Restricciones
Las autoridades imponían tres tipos de casetas: el reservado de señoras, el de familia y el individual. Había mujeres atrevidas que se dejaban ver en la playa común, donde las miradas lascivas de los hombres se desparramaban en aquellas orondas figuras. Ejercía allí una vigilancia feroz Victoria, pequeña y arrugada, de edad indescifrable, pero de genio irascible, según recordaba el inolvidable Pacurrón. Con el tiempo llegó el bañador de dos piezas, el biquini, y la primera mujer que lo lució en Málaga fue Encarnita Zalabardo, Miss Andalucía, con un cuerpo espléndido y una belleza extraordinaria, a pesar de los enfados de Victoria.
Mientras, a la Costa llegaban la famosas suecas que tomaban el sol ligeritas de ropa y creaban un cliché de zona aperturista para aquellos tiempos.
En la capital, los balnearios se extendieron hacia las playas de Pedregalejo, Las Acacias, El Palo, El Chanquete, Peñón del Cuervo y La Araña. En la primera etapa convivían restaurantes, vestuarios y duchas. En la segunda -a partir de los años setenta y ochenta- sólo quedaron los chiringuitos.
Si los baños de la zona este eran frecuentados por personas de la alta sociedad o burguesía malagueña, en el otro lado de la ciudad, en el sector oeste, se bañaban los obreros y sus familiares, que trabajaban en las fábricas que se construyeron entre El Bulto y Huelin. En las playas de San Andrés estaban las casetas para baños La Concepción, San Andrés y Diana, que disponían de baños fríos y albercas con agua de mar, bien separados los hombres de las mujeres.
Los balnearios se extendieron hacia la playa de la Misericordia, donde se asentaban los de Aurelio Gómez Cotta, Dolores Campos López y el de la obra sindical de Educación y Descanso, San Patricio. En los años setenta llegaban familias enteras a la playa a bordo del »Seat 600». Era increíble ver cómo entraban todos. Eso sí, como sardinas en lata. Los niños salían corriendo hacia el agua, mientras el padre se disponía a enterrar en la orilla la sandía para que estuviera fresquita a la hora de comer. Bocadillos de chorizo o salchichón, o filete empanado, era el menú más extendido. Otros cogían el autobús de la línea 13 para bajar a la rocosa playa de La Malagueta. En aquellos tiempos todavía no había llegado a la Demarcación de Costas un López Peláez que la regenerara para uso y disfrute ciudadano
Fuente: Diario Sur.