Ahora que ya algunos comienzan a creerse que la luz del túnel ya se vislumbra cercana. Ahora que la doctrina oficial predica la buena nueva. Ahora que la ansiedad por la recuperación se extiende y se asienta en el imaginario colectivo. . . tal vez el personal comience a añorar, de nuevo, lo que tanto deseaba, algo así como para creerse que se puede volver a como se vivía antes de la debacle.
En la expectativa de volver a zambullirnos en el “saco de la codicia”, para poder volver a tener de todo, en el arte del poseer por el ser, ahora que el ínclito Monago, por ejemplo, desde Extremadura, nos habla “de las ideas sobre las ideologías”, como si tratara de equiparar eso de las ideas con las ocurrencias, negando la mayor en el asunto de la ideología, como el conjunto de pensamientos que nos hace y permite ser como somos, seres pensantes en un sentido o en otro, con capacidad de decidir para bien o para mal, con perversa intencionalidad, con honesta determinación.
De tal manera que cuando se pretende “disimular de ideología” solo se está tramando engañar y embaucar al personal por el atolladero de la pulsión consumidora y consumista. ¡Todos millonarios! de nuevo, en el arte de vivir gastando por el puro placer de gastar y tener, de consumir y poseer, uno, dos, tres coches, casas de primera habitabilidad, de segunda para el veraneo, de tercera para los días extras. . . , perucos de oro o de imitación de oro, cenas de despilfarro, celebraciones . . ., sin tasa, sin parar, vigilantes para que no nos quiten “lo nuestro”, sin querer compartir lo que creemos que es “nuestros”.
Y por eso es tan fácil engatusar al personal incandescente, tal vez, mohíno por volver a ser lo que se fue, tal vez, dueños de mucho y de tanto, en el imaginario que nos hizo parecer más de lo que nunca imaginamos que podríamos llegar a ser.
Mientras tenemos incorporado en nuestro ADN social el sentido de la propiedad, el sentimiento de la riqueza “a nuestro nombre”, vigilantes de “nuestras” posesiones, en manos, al cabo, de nuestros próceres que saben muy bien cómo engancharnos el anzuelo de nuestros propios complejos, egoísmos y fútiles vanidades.
Hasta llegar a sentirnos de nuevo . . .¡ricos! de estupidez, sin haber descubierto para “qué servía la sed” que dijo el maestro Machado.
Con el “saco de la codicia” a cuestas de nuestras desdichas creyéndonos que “tenemos derecho a volver a dejarnos burlar” por nuestros padres y madres de la patria, ¡en mala hora!.
Torre del Mar abril – 2.015