EL TIEMPO EN LAS ERAS

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soñando enamoramientos imbatibles, mientras descubríamos el mundo y sus recodos desde las juveniles ópticas, en el pueblo de nuestros mayores, mientras reuníamos nuestra tristeza de la despedida en la era, en el silencio incandescente de la noche al pie de la era desierta, recogida la mies, guardado el grano, al pie de las eras desamparadas, al raso de la noche que avanza, aún con la luna de agosto en todo su esplendor. Tras haber corrido y reído, en grupo y a solas, yéndonos a descubrir la vida en miniatura, al cuidado de nuestros abuelos y tíos, cuando éramos imberbes que nos fijábamos tanto, como si quisiéramos dar zancadas por adelantarnos, entonces, cuando soñábamos con todo el pudor a cuestas, en el tiempo que creímos nuestro en exclusiva, envueltos en esos ensueños que nos desvelaban cuando nos quedábamos a solas.

Haciendo corro, mirándonos con cariño acumulado, entre mínimos escalofríos que disimulaban traer la última noche de cada verano, para intentar volver a vernos . . . o no, el próximo verano, sin darnos cuenta que tal vez no volviéramos a vernos, porque nos asomábamos al futuro que se nos echaba encima, incluso en contra de nuestro propio convencimiento que era nuestro el presente, cuando hacíamos por acariciarnos en el secreto de las miradas que no olvidamos, dejándonos besar a hurtadillas, los primeros besos, tan húmedos, tan balbucientes, inseguros de ese primer amor, en el ribazo agostado de las eras de mar chicha, de tierra pisada, de tierra rala, bajo la bóveda añil, de entonces, de aquellos recuerdos que aún estremecen el devenir diario del bucle vital que lleva camino de reencontrarse. . .

Tiempo detenido en las eras desalojadas, de cuando ya la cosecha había culminado y se daba por hacinada, hace tanto, al paso de su desaparición inevitable, ahora que recobramos la memoria, ahoraque ya solo nos han quedado el nombre de las calles, de las calles de las eras, sobre los mismos pueblos que nos acogieron cuando sólo éramos chavales empecinados en no olvidarnos de aquellos veranos incandescentes de pasiones juveniles, mientras nos despedíamos enfebrecidos bajo aquellas noches inolvidables.

En el centro de aquellas eras que estaban a punto de desaparecer, tras el susurro eternos de aquellos niños grandes que se despedían de un verano hasta el próximo cuando algunos primero, todos más tarde ya no volvimos.

Torre del Mar octubre – 2.016