Se restringió el tráfico de coches privados, el 70 % de los vehículos públicos dejaron de circular, se frenaron las obras, se paró la producción de las fábricas más contaminantes que rodean la ciudad. ¿Resultado? Desaparición de esa niebla eterna que flota sobre las cabezas de los pekineses y aparición de un cielo límpido que ya ha recibido un nombre: APEC blue.
Se fueron los líderes, el foro de cooperación económico se cerró con un acuerdo entre Estados Unidos y China —calificado de histórico, por unos; de escaso, por otros, al no ser vinculante— para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y volvió la polución, sí. Pero los pekineses ya no son los mismos de antes: han descubierto que conseguir un cielo azul es solo cuestión de voluntad. Cuestión de adoptar medidas firmes. De no quedarse en gestos para la galería.
Algo similar le está pasando al planeta. Que necesita de medidas firmes, rápidas, ya se ha parcheado suficiente, el tiempo se agota. Lo ha dejado bien claro la ONU, que se expresó a principios de mes por boca del IPCC, Panel Intergubernamental Para el Cambio Climático, formado por 830 científicos de la comunidad internacional. Hay que recortar emisiones de gases efecto invernadero entre un 40 % y un 70 % para el año 2050. Para finales de siglo, las emisiones deberán ser cero. Si no, los efectos serán graves —y aquí los científicos analizan toda una panoplia de escenarios posibles— para el medioambiente, la seguridad alimentaria y la pobreza.
“Todavía hay tiempo, aunque muy poco tiempo”. Así se expresó en la presentación del informe en Copenhague, el pasado 2 de noviembre, Rajendra Pachauri, presidente del IPCC. “Estamos a tiempo si nos metemos en una senda de mitigación de emisiones”, añade José Manuel Moreno, vicepresidente del Grupo II del IPCC, encargado de evaluar impactos, adaptación y vulnerabilidad. Moreno, catedrático de Ecología de la Universidad de Castilla-La Mancha, es uno de los 13 científicos españoles que forman parte de este organismo auspiciado por la ONU.
Estamos a tiempo, dicen los expertos, y el cronómetro echará a correr mañana mismo, cuando arranque la cumbre climática de Lima, la llamada COP 20, vigésima Conferencia de las Partes organizada por la ONU. De allí podría salir un borrador de cara a la cumbre decisiva, la del año que viene en París, la cita en la que se han depositado todas las esperanzas, de la que deberían salir ambiciosos objetivos de reducción de emisiones, un tratado que sustituya al de Kioto, una cita que debería romper el sabor amargo que dejó el fracaso de Copenhague hace cinco años, que consiga implicar por fin a los principales actores, China y Estados Unidos.
¿Nos estamos tomando en serio la lucha contra los efectos del cambio climático? “Nos lo estamos tomando mucho menos en serio de lo que es preciso”, afirma, contundente, Teresa Ribera, exsecretaria de Estado de Cambio Climático en el último gobierno de Rodríguez Zapatero que ahora trabaja como consejera en un think tank francés, el Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (según sus siglas en francés, IDDRI). “No lo hacemos ni con la velocidad ni con la intensidad que requiere la situación. Más pronto que tarde, se evaluará a los líderes políticos por esta cuestión”.
La cantidad de gases de efecto invernadero enviados a la atmósfera alcanzó un nuevo máximo histórico en 2013. Así lo reveló a principios de septiembre la Organización Meteorológica Mundial. El dióxido de carbono ha aumentado su concentración a un ritmo que no se observaba desde hace casi treinta años.
Los niveles de nieve y hielo descienden. La temperatura de los océanos y de la atmósfera sigue subiendo. El nivel del mar se eleva. El cambio climático ya es una realidad, y está causado por la mano del hombre, afirman los científicos de la ONU. Altera las estaciones, los ciclos de la naturaleza; favorece los fenómenos meteorológicos extremos. Un vídeo distribuido por la ONU, destinado a que el mundo tome conciencia, muestra una Islandia con un clima similar a la Toscana; una Alaska como lugar perfecto para celebrar unos juegos olímpicos de verano.
El informe científico del IPCC plantea varios escenarios de futuro en función de cómo reaccione el mundo. Si no se hace nada, si no se recortan emisiones, las temperaturas podrían subir hasta en 4,8 grados, con lo cual el volumen de los glaciares se reduciría en un 85 % y el nivel del mar podría subir hasta 0,82 metros, afectando gravemente al equilibrio de los ecosistemas. Si se toman las medidas de mitigación que propone esta biblia del cambio climático, y se consiguen emisiones nulas a finales de este siglo, se podría limitar el aumento de la temperatura a dos grados. Este es el objetivo.
“Hay que aplicar el principio de precaución. Decir que será una catástrofe general no es correcto, las generalizaciones son peligrosas”, afirma Miquel Canals, catedrático de Geología Marina y director del departamento de Estratigrafía, Paleontología y Geociencias Marinas de la Universidad de Barcelona. Canals sostiene que una de las claves del futuro será el papel que puedan desempeñar los océanos en la absorción del exceso de temperatura atmosférica.
El mundo se enfrenta a un cambio de modelo energético. Reducir emisiones a cero de aquí a final de siglo significa renunciar a petróleo, gas y carbón progresivamente. “Hace falta un proceso de transformación profunda”, declara la exsecretaria de Estado. “O cambiamos o nos estampamos”. Ribera dice que no basta con conseguir una cifra de reducción de emisiones. “Debemos cambiar el modelo energético, económico y financiero”, afirma. “No sabemos cómo abordar un cambio de época porque la inercia es muy fuerte”.
Es fundamental que los países desarrollados reduzcan el consumo material”, sostiene el ensayista Hervé Kempf
El giro hacia un nuevo modelo significa apostar por otras fuentes. El geólogo Miquel Canals afirma que, en este contexto, no se puede prescindir de la energía nuclear. “Lo que no es contemplable es un regreso a la Edad de Piedra”, sostiene. Afirma que no hay fórmula perfecta, y que las renovables no son la panacea porque requieren de subsidios. “El camino pasa por un cóctel de fuentes de energía en el que habría que favorecer a las energías menos contaminantes”.
Desde Suecia, Lennart Bengtsson, exdirector del Departamento de Meteorología del Instituto Max Planck, que por un tiempo perteneció a una organización escéptica con el cambio climático, sostiene en conversación telefónica que no se deben abordar cambios abruptos para no dañar a la economía. “No hay una urgencia inmediata”, dice. “Hay que desarrollar modelos energéticos robustos”.
Los ecologistas, por su parte, apuestan por un modelo basado al 100 % en las energías renovables. “Hace falta una revolución energética”, manifiesta Tatiana Nuño, responsable de la campaña de cambio climático de Greenpeace en España: “La probabilidad de un accidente es catastrófica en términos humanos y económicos”. Nuño señala que el informe del IPCC muestra que, con el objetivo de mantener el calentamiento en dos grados, los costes sin energía nuclear no son muy superiores a los que se generarían con su uso. “La opción nuclear no es necesaria”.
La cuestión de fondo es si el estilo de vida de los países ricos (al que acceden progresivamente los que emergen), con sus elevados niveles de consumo de energía, es compatible con un planeta sano. Y si las nuevas fuentes cubrirán las necesidades que genera ese estilo de vida. Cuadrar este sudoku abre la puerta a múltiples vías. ¿Es nuestro modo de vida, sustentado en el confort, un despropósito o una conquista?
Fue en el año 2006 cuando el economista británico Nicholas Stern dio un giro al debate. Planteó que los costes de no combatir el cambio climático son muy superiores a los de reducir emisiones. “No se trata de una carrera de caballos entre crecimiento por un lado y responsabilidad climática en el otro; esa es una falsa dicotomía”, señala desde Londres en conversación telefónica Stern, presidente del Instituto Grantham de Investigación del Cambio Climático. El economista, que en 2011 ganó el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de Cambio Climático, sostiene que la transición a una economía de bajo consumo de carbono ofrece nuevas oportunidades de crecimiento.
El reto de la transformación del modelo energético-productivo se topa con la resistencia de grandes empresas del petróleo, gas y carbón, que perderían gran parte de su negocio si no se reinventan. Un estudio publicado el año pasado por el investigador Richard Heede, del Climate Accountability Institute de Colorado, señala que la crisis climática ha sido causada fundamentalmente por 90 empresas que son las que han producido cerca de dos tercios de las emisiones de gases de efecto invernadero desde la era industrial. Entre ellas, Chevron, Exxon, Shell, Repsol y Gazprom.
Stern señala que algunas de estas compañías, como Shell, ya han dicho que están dispuestas a asumir transformaciones. “Este es un proceso de cambio que tiene que llegar si queremos un mundo más seguro. No te puedes rendir y destrozar el mundo simplemente porque el proceso de transición va a involucrar a unos pocos que van a tener que realizar grandes ajustes; la gran mayoría de la gente saldrá ganando”.
Teresa Ribera ahonda en la cuestión: “Se están privatizando los beneficios de no combatir el cambio climático y socializando los costes: los beneficios son para los grandes operadores y son las poblaciones las que tienen que afrontar las sequías, los huracanes y la mala calidad del aire”.
Para algunos, la cuestión de fondo reside en los insostenibles niveles de consumo que acarrea un estilo de vida que se generaliza conforme los países se desarrollan. “Es fundamental que los países desarrollados reduzcan el consumo material”, sostiene el ensayista francés Hervé Kempf, autor del libro Cómo los ricos destruyen el planeta, que esta semana pasó por Madrid para pronunciar una conferencia sobre La crisis ecológica en La Casa Encendida. “Los que están en la cumbre de la pirámide proyectan una imagen de sobreconsumo y arrastran a los demás: todo el mundo quiere el coche caro, viajar en avión, la pantalla plana de televisión. El incremento de los gases de efecto invernadero está ligado al crecimiento económico, hay que cambiar el sistema económico”, asegura. Kempf, redactor jefe de la web Reporterre, especializada en medioambiente, sostiene que “hay que abrazar una lógica global de sobriedad”.
Otro de los frentes que se abre al debate es cómo conducir esa transición de modo que sea equitativa, que no lastre las opciones de desarrollo de los países más desfavorecidos, o de las economías emergentes. “No podemos pretender que todos nos subamos al carro en las mismas condiciones”, asume Susana Magro, directora de la Oficina Española de Cambio Climático —que antes tenía rango de Secretaría de Estado—, dependiente del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. Magro acudirá a la cumbre de Lima, que empieza mañana y acaba el día 12. “Habrá que hacer transferencias de tecnología a bajo coste o sin coste para que los países menos desarrollados puedan dar el salto directamente”, dice. El mundo occidental lleva años desarrollándose a base de quemar combustibles fósiles y son muchos los que señalan que no sería justo que los más desfavorecidos, que ahora despegan, carguen con el lastre de un problema del que no son los responsables. “El acuerdo de París va a ser muy complejo”, afirma Magro, “las necesidades de los 195 países son muy distintas”. Cada nación debería fijar en esa cumbre su contribución al proceso de cambio.
El giro que el planeta requiere, como se deduce del análisis de la comunidad científica, podría conducir a otro mundo. La transformación del mapa energético, la reducción de la dependencia del gas y del petróleo, podría alterar sustancialmente el tablero geopolítico.
Mientras tanto, los pekineses seguirán mirando al cielo. El miércoles pasado, Xie Zhenhua, vicepresidente de la Comisión Reformadora del Desarrollo Nacional, anunció que la polución se puede combatir de aquí a 2030 en China. Y añadió: “Los días de APEC blue también son alcanzables”.