Iñaki Azkuna, “el mejor alcalde del mundo” y Adolfo Suárez, “el mejor presidente de la democracia”. . .que lo fueron todo y que ya forman parte de la desmemoria y “el olvido que seremos”. . .
Azkuna y Suárez habiendo entrado ya en el limbo de cuantos hoy recreamos su andadura terrenal, cuando ya no nos oyen. . .cuando ya es definitivo que las amarras se rompieron y “la barca ya se aleja ría abajo hacia el mar abierto”. . . con todos los parabienes porque fueron y lideraron, porque fuimos y somos quienes otros llegarán a ser.
Y a pesar de todo y por eso mismo la vida sigue pletórica, un día como hoy, un día primaveral como tantos otros en los que un pueblo entero, hoy como un día más entre millones supieron estar a la altura exigida . . . de los suyos, de nosotros mismos, siendo quienes fueron nuestros mayores, sencillos, esforzados, escribiendo la historia de, precisamente, sus líderes. . . en nuestro nombre para bien o para mal.
En la entereza de la memoria inolvidable, como cuando uno jamás dejará de recordar que su abuelo, dueño de una carbonería, en los tiempos del mercado negro y el estraperlo, en la sombría y gris postguerra no accediera a esconder su mercancía y venderlo multiplicado para haberse hecho millonario. . .mi abuelo, que viviendo en el centro del Gran Bilbao, marino contramaestre de los últimos tiempos románticos y heroicos. . . siempre me habló, de la mano con su nieto, de mi mano, de la responsabilidad y el deber, . . .mientras echábamos migas de pan a los patos del parque de doña Casilda.
En la entereza de la memoria infatigable que vuelve y regresa para no dejarnos desfallecer, como cuando mi padre supo pedirnos perdón por cuanto pudo llegar a hacernos de mal, plenamente consciente que aquella sería la última vez . . . de poder hacerlo, con la serenidad de quien acepta el fin de los días, con la pena transida de honorabilidad cuajada en una existencia digna y decente, como para que jamás pueda diluirse su mirada, tan humana, tan triste, tan honesta, tan irreductible cuando ya le quedaba menos de una semana para dejarse recordar.
En la entereza de la memoria insuperable y gozosa, como de cuando mi madre, una anciana venerable y sabia, del brazo con su hijo, cuando le quedaban pocos días de vida y nadie podía adivinarlo, y entonces confesó, relajada, tranquila, . . .”que era feliz y que no necesitaba nada más de la vida. ..” y muy poco después murió en “una hora corta”.
En la entereza de la memoria de tantos y tantos que fueron forjándose en existencias mínimas, mágicas, inconmensurables . . . desde la realidad hecha día a día, gesto a gesto, afán a afán, como si nada fuera a olvidarse cuando resulta que nadie llegará a ser eterno.
En la entereza de la memoria que se desvanece honrada por el deber cumplido y la responsabilidad asumida de quienes intentamos ser . . . como nos enseñaron a ser . . .
Mi abuelo, mi padre, mi madre. . . en la memoria, junto a millones de seres humanos, tan dignos, tan decentes, tan “con libertad sin ira”, que se hicieron dignos de quienes tomaron el timón. . . en nuestro nombre, . . .siempre en nuestro nombre . . . porque por eso mismo no tenemos derecho a seguir callados.
Entereza de quienes fueron, de quienes somos, contra el silencio, contra la perspectiva del tiempo que es. . . segundo a segundo. . .cada uno de los que nos aguardan hasta el fin de nuestra desmemoria creciente e inocente, a pesar de todo.
Torre del Mar 26 – marzo – 2.014