No ha habido en la historia del Málaga otro futbolista como él, con un recorrido sinuoso, primero fuera y luego dentro, y sobre todo tan longevo. Ayer falleció en el hospital Civil, no muy lejos de su barrio de Capuchinos, Manuel Rojas Moreno, conocido futbolística y cariñosamente como Mangüi desde que a los 12 años deslumbraba en aquel acampado de El Ejido lleno de cuevas habitadas y de lagunas. Extremo de los buenos en la década de los 50, una lesión le impidió ser el primer internacional malagueño con la selección absoluta.
Bromista y ocurrente, Mangüi era un fijo en las reuniones de los veteranos en el grupo comandado por Pepillo Benítez junto a los Bruna, Muñoz o Torreblanca. ‘Los chavales’, como suele decir el inimitable exportero. Junto a su inseparable bastón no se perdía una hasta que ya la edad lo privó en los últimos meses de comparecer junto al resto. A sus 88 años se mantenía tan dicharachero como siempre y se picaba mucho con Santi.
Un futbolista claro
Mangüi no fue un futbolista que triunfara en Málaga. Yno por su culpa precisamente. Los lectores más veteranos de SUR podrán atestiguarlo, porque pocos jugadores fueron tan claros desde su juventud como él y, sin embargo, voló de Málaga porque nadie lo reclutó. Ningún técnico se fijó en él. Juan Cortés, que lo tuvo primero como ídolo en la juventud y luego como fiel amigo, relataba así quién era Mangüi en sus comienzos: «Los domingos y festivos, a primera hora, cargando con sus equipaciones, los jóvenes se concentraban para corretear detrás de un balón que pesaba una tonelada, que tenía boca, por la que se inflaba, y que te dejaba ‘groggy’ montones de veces cuando lo golpeabas con la cabeza. Allí, desde la siete y media (las ocho, lo más tardar), Mangüi montaba guardia esperando la llegada de otros chavales. Él tenía 12 o 13 años. Entre todos los congregados se ‘echaban pies’ para elegir once jugadores. Si el primero escogía a Mangüi, lo que invariablemente sucedía, el otro disfrutaba de la opción de escoger tres. Puede que allí se patentara lo del ‘tres por uno’»
Pequeño de estatura, fue futbolista de los grandes. En Málaga deslumbró en El Ejido y el Segalerva –¡aquellos maravillosos años con equipos en todas las barriadas de Málaga!– y después en el Fernández Requena (filial del Málaga) y el Larios. Pronto, muy pronto tuvo que emigrar. Fue el Tomelloso el que le dio la primera oportunidad. Era este club un especialista en reclutar a jugadores malagueños, como sucedió con el inolvidable Manolo González, luego ‘embajador de Málaga’ en Pamplona.
El servicio militrar le brindó la oportunidad de recalar en el San Fernando después de un breve paso por el equipo almeriense de la Ferroviaria. Allí estuvo cuatro años como preámbulo a su fichaje por el Jaén y después, en un traspaso sonado, al Sevilla. Era 1952 y el club hispalense no solo pagó por él 400.000 pesetas, sino que lo convirtió en el jugador mejor pagado de la plantilla (125.000 pesetas de prima de fichaje y 1.900 de sueldo). Allí coincidió con el mítico Juan Arza. Toda una paradoja: este, sin ser malagueño, fue traspasado del Málaga al Sevilla mientras que Mangüi llegó comprado por el Sevilla sin haber pasado por el Málaga.
El fichaje de Mangüi tenía un objetivo claro: era un extremo de enorme calidad que ponía la pelota como pocos, tanto en el juego como a balón parado. Su debut en La Rosaleda se hizo esperar más de la cuenta y, desde luego, no pudo ser más triste para él. En una jugada con el defensa malaguista Soto se lesionó, lo que le impidió acudir a la convocatoria de Pedro Escartín con la selección absoluta. Ese honor le correspondió finalmente en 1960 al antequerano Chuzo.
Tras pasar por el Sevilla, Mangüi llegó al Murcia, donde coincidió con Pepe Torres Robles y también con dos jóvenes delanteros cedidos por el Atlético de Madrid, geniales ya, que se hacían llamar Peiró y Collar. Hasta que decidió volver a Málaga, donde prolongó su actividad futbolística hasta cunplir los 40. Se retiró, cómo no, en el equipo de su barrio: la Olímpica Victoriana.
Referente para todos
Mangüi llegó mayor al Málaga, pero fue un referente para todos. Por su calidad y por su compañerismo. Incluso llegó a jugar en el Atlético Malagueño ya superada la treintena y, como anécdota, formó en la delantera (junto a Acuña, Martín, Manolito y Antonio Torres Robles) en el debut de Benítez con el filial, un partido que se resolvió por 0-4 en Andújar frente al Iliturgi en una tarde soberbia del pequeño de los Torres Robles.
En su paso por el Málaga también vivió el sinsabor del descenso a Tercera en 1958, pero dejó huella con su golpeo de balón en las faltas y los córners. Precisamente Mangüi formó ala con Ben Barek en el debut de este, ante el Hércules, en un partido en el que el recién llegado pidió lanzar desde la esquina y logró un ‘gol olímpico’ (el único de su carrera, por cierto).
Mangüi, uno de los más grandes jugadores que ha dado Málaga y también los equipos de barrio en los 50 y los 60, se marchó ayer. Y no solo perdurará su prodigioso golpeo del balón. También su campechanía, su humildad y su inolvidable sonrisa