FERNANDA DE UTRERA, PASIÓN Y PENA

Era, pues, cantaora de nacimiento, ya que recibió la influencia artística de su entorno desde la niñez.

 
Dormida hoy en un mar de ensueños, sólo nos queda su recuerdo y su voz, recogida en múltiples grabaciones para que nunca olvidemos cómo se ha de cantar por soleá. En ella, en su voz agónica y regateada, en su quejío imposible, en su magia, en su abismática pasión, en su desoladora soledad de cantaora sola, en su reinado perpetuo y único, en Fernanda de Utrera, se encuentran todos los secretos del cante por soleá y se resume la Historia del cante por antonomasia.
 
Son tres versos a compás:
Callad, que están naquerando
Fernanda y la soleá.
 
Nacida y crecida, como se ha dicho, en el seno de una de las familias grandes del cante utrerano, Fernanda Jiménez Peña, “Fernanda de Utrera”, no sería profesional hasta bien cumplidos los treintas años cuando, junto a su hermana –con la que siempre actuó en pareja-, comenzó a cantar en los primeros festivales de la zona. Y de ahí, a Madrid –como casi todos en aquella época- a trabajar en los tablaos, que cuando entonces eran la escuela obligada para cualquier artista que se preciara y punto de encuentro donde escuchar a los mejores. Ella comenzó en el mítico tablao Zambra para pasar con posterioridad a otros como El Corral de la Morería, Las Brujas o Villa Rosa. Y entre tanto “cruzó el charco” para cantar en Nueva York –donde su madre le aconsejó que pusiera un puesto de calentitos- junto a las mejores figuras del momento.
 
En 1957 ganó el Premio de Soleares y Bulerías en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, en 1966 el Premio del Concurso de Mairena del Alcor, donde recibió las bendiciones del maestro Antonio Mairena, y en 1967 el Premio Nacional de Cante de la Cátedra de Flamencología de Jerez. En 1968, su pueblo le dedicó el XII Potaje Gitano de Utrera, entonces como ahora uno de los más grandes festivales flamencos.
 
Fernanda de Utrera es la expresión misma del cante flamenco. Toda ella es sentimiento y desgarro, un arriesgado pisar por los filos mismos del abismo, una apuesta desesperada por lo desconocido, un desencuentro con lo bonito porque la pena siempre es fea, aunque en su voz ésta se torne esplendente belleza, dramática y negra.
 
Ni más pasión ni más pena,
cantando por soleá,
como Fernanda de Utrera.
 
Coincido con Ricardo Molina, el poeta cordobés del grupo “Cántico” y mentor esencial de Antonio Mairena, en que acaso sólo la poesía sea capaz de explicar el cante de Fernanda, quizá porque únicamente la poesía tenga la virtud de explicar lo inexplicable ¿Cómo definir el cante por soleá en la voz única de Fernanda de Utrera? ¿Cómo entrar en el mundo insondable de lo indefinible? Tal vez la respuesta esté en la grandeza de lo sencillo.
Sí, que sea mi poesía quien lo explique. Si es que puede:
 
En cada cante,
en cada tercio,
vive y muere
en cada aliento.
Busca y rebusca
en cada cuerpo
Quién lo diría:
Ya está naciendo
otra agonía,
un cante añejo
de penas solas
y duendes negros.
Canta Fernanda:
Todo es silencio.
Quieto está el mar.
El viento quieto.
 
Publicado por Paco Vargas