G A N A D O R E S . . .

Aún en estado de shock, tras varios años jugando a ser ganadores, a admirar a los ganadores, por ser lo único que nos vendieron que se podía ser, ganadores irredentos, como fuera, a costa de lo que fuera, ganadores imposibles, ganadores absolutos, ganadores, solo ganadores.

            Con el miedo a ser perdedores, precisamente, por el pavor atroz a ser perdedores porque ese era el horror, ese era el gran desafío a evitar, la posibilidad de no ganar, la certeza de perder para desaparecer en el desván del desprecio público.

            Con la doble o triple moral, con las que hagan falta para salir desahogados de los envites para ganar o perder, cuando solo existe una posibilidad: ganar, ganar, ganar . . . como el gran alivio que supone ganar, en contra de la gran decepción, perder, perder, perder. . . y desaparecer.

            En el vértigo más absoluto, como un despropósito obsceno e inmoral, degradante y subvencionado como lo más correcto, como lo único aceptable, el mayor sacrificio para llegar al número uno, desde la lección dictada como si de vidas ejemplares se tratara, desde las raíces más humildes hasta la gloria más absoluta.

            Como hundirnos en la decepción más honda, como cuando nos imbuyeron de la gran vergüenza que era perder, cuando perder era inadmisible, cuando no se consentía perder, ni siquiera como un imaginario inadmisible.

            Mientras aplaudíamos a los héroes infatigables, glamorosos, estratosféricos, tan victorioso que solo cabía, precisamente, la victoria inapelable.

            Como para que sigamos perplejos y avergonzados, absolutamente, ante el panorama desolador de los ganadores que solo pueden aspirar a ganar, como sea, en cualquier campo de la actividad humana que nos denigre, a todos, exactamente, en nombre de la sinrazón que nos va hundiendo lentamente . . . a quienes solo podemos llegar a ser. . . honrosos perdedores.   

            Mientras el juicio se ha iniciado contra médicos, gurús y esforzados deportistas. . . mientras se nos caen los iconos y solo quedan los campeones que niegan la evidencia de la corrupción más impresentable. . . en nombre de la presunción de la inocencia más inatacable. ¡solo faltaría que aquí cayera cualquier tramposo en el pelotón de los perdedores!

 

                        Torre del Mar 29 – enero – 2.013