Artesano de la palabra encandilada en la fronda que se enreda y amartilla el haz de luz sobre el vergel que sueña, expectante, en el centro mismo del alma humana que tan bien supo retratar Gabo, el maestro, el escritor del verso hecho prosa, de la prosa reconvertida en hechizo permanente, en una humanidad chiquita y curiosa, tras el periodista que era Gabriel, desde el hombre y el escritor, desde el romanticismo del cuento y la historia que empieza siempre en el fin del silencio, en el principio de la emoción contenida, al pie de una fábrica de hielo, allende, en la selva colombiana, en el centro del mundo, en Macondo. . .
Gabo en el nostalgia recreada, desde la voluptuosa mocería de las lecturas compartidas, de clandestino origen, de las hermanas tierras amerindias, en el retablo triste y recogido de la búsqueda imparable, contagiada, de antaño, jugando a la rayuela del misterio insondable de las líneas que atenazaban y se dejaban abrazar, en la literatura viva de los escritores que solo supieron, que solo querían escribir y mirar y sonreír, desde la lejanía de la isla negra, en el desamparo insuperable por nuestras putas tristes. . . que si tuvieron quien las escribiera.
Gabo en el adn de la literatura universal, cercana y densa como una bruma de amanecida, en el escalofrío del otoño de todos los patriarcas que, al fin, se reconcilian en vano con su pasado, porque el futuro empuja, con las reglas puestas para ser reventadas, desobedecidas, desde la mirada franca y amable de la franqueza que no deja de juguetear con las historias y los cuentos que empezaban, siempre empezaban con un . . . Érase una vez . . . en la imaginaria insolencia de la magia planeando realidad sentida, casi acariciada, inevitable para no dejar de ser escuchada, imitada, vivida. . .
Porque no pudimos dejar ya de leer cuando el coronel Aureliano Buendía, frente a su pelotón de fusilamiento, pudo recordar aquella tarde en que su padre le llevó a conocer el hielo . . .
Porque todos tenemos una historia que ansía volver a detenerse en nuestra memoria descreída, tal vez acelerada, cuando aún no hayamos dejado de sentir que una vez nuestra mano era tan pequeña, tibia y frágil para haberse dejado albergar en la palabra, en el abrazo, en el silencio de una historia, siempre una historia, recién empezada a contar. . . por quien nos daba la mano y nos desgranaba palabras que eran versos, poesías que eran cuentos, cuentos que eran y son. . . literatura.
Gabo . . . que escribió para que le quisieran sus amigos.
Torre del Mar 19 abril – 2.014