Adela Rodríguez Martínez, Adolfo Esteban López…
Derek Walcott, el poeta caribeño, iniciaba así un acto de reconocimiento a los más de 13.000 ejecutados en la provincia granadina por los fascistas al servicio de Franco. Entre ellos, el poeta español más universal del último siglo, Federico García Lorca.
Walcott, que posee el más alto galardón universal de las letras, afirmó que esa lectura era "el honor más grande que me han ofrecido en la vida".
Frente al Nobel, un millar de personas en completo silencio. Muchos jóvenes. Algo de frío en la sierra granadina. Otro gran poeta, José Caballero Bonald, había recitado estos versos de Machado: "Buenas gentes que viven, / laboran, pasan y sueñan, / y en un día como tantos,/ descansan bajo la tierra".
Allí, entre aquellos riscos del barranco de Víznar, del paraje del Caracolar, del Parque García Lorca de Alfacar, descansan más de dos mil asesinados. Mientras Pilar Bardem, Almudena Grandes, Olga Rodríguez, Luis García Montero, y otros intelectuales, poetas y artistas -sí: rojos; ¿y qué?- llegados de muy diversos y lejanos lugares, iban recordando los nombres de los primeros 1.351 ejecutados por los franquistas, yo pensaba en el juez Baltasar Garzón.
Esa misma tarde del pasado jueves, un grupo de vocales del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ultimaba la sentencia contra el magistrado jiennense. Su delito: intentar hacer justicia a más de 113.000 mil españoles fusilados y arrojados en cunetas y barrancos.
Todo había comenzado un día de octubre de 2008, cuando el historiador granadino Francisco González Arroyo entregó a Garzón un informe en el que, en nombre de los familiares de los fusilados Dióscoro Galindo González y Francisco Galadí Melgar, pedía la exhumación de sus restos.
Casi dos años después, los restos del maestro y el banderillero anarquista, sepultados con Lorca bajo la fría tierra de los cerros de Víznar y Alfacar, siguen sin ser localizados. Garzón ya no es juez. Los hijos políticos de aquellos asesinos han logrado expulsarle de la carrera judicial. Es un vergonzoso acto judicial que más parece venganza que justicia.
Los nombres de los 1.351 fusilados seguían cayendo uno a uno sobre el silencio, roto solo por el murmullo del agua de una fuente en la que hay grabado unos versos de las Elegías que Machado dedicó a Lorca:
Labrad, amigos,
de piedra y sueño, en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua…
Lloraban algunos jóvenes que escuchaban los nombres de las víctimas. Se humedecían los ojos de Almudena Grandes. Lagrimeaba Juan Diego Botto. Lloraba Carmen Sánchez Carreño, una anciana de 83 años. Uno de los 1.351 nombres era el de su padre: José Sánchez Castillo. Fusilado.
Leía García Montero un poema del poeta asesinado, Casilda de las palomas, en el que se pregunta "donde está mi sepultura…"
La lista se iba acabando. Leyeron nombres Daniel Rodríguez Moya y Fernando Valverde, dos jóvenes poetas granadinos que con tesón y esfuerzo han hecho el milagro de llegar a la séptima edición del Festival Internacional de Poesía de Granada. Leyó el actor Juan Diego Botto los últimos nombres:
-Victoriano Rincón Corpas, Virgilio Castilla Carmona…
Se guardó al final un minuto de silencio. Yo meditaba en las ironías del destino: la parte de la lista de víctimas que me tocó leer comenzaba con un Garzón: Leandro Garzón Prieto. Un Garzón fusilado
Fuente: ROMÁN OROZCO
Diario El País