H A C E M O S A G U A

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que el mundo es mucho mejor ahora que hace tiempo, que en el pasado. seguramente, en muchos aspectos. El mundo se nos ha hecho más pequeño, o eso parece, y a parte de la Humanidad todo se le presenta más fácil. sin duda, . . . .aunque sigamos haciendo agua y las bombas de achique funcionaban sin parar y a menudo parece que no dan a abasto.

                                               Y sabemos que el mundo naufraga, en medio del oleaje de la desigualdad que no cesa, que aleja a los menos de los más. Desde la posibilidad sin apuros, con fe y entusiasmo por “la joie de vivre”, de cuantos han caído de pie, por la fortuna, por su esfuerzo, por su capacidad de rapiñar . . . hasta la desesperación de quienes no llegan a mediados de mes, de quienes malviven en el ocaso de toda esperanza, en guetos, en submundos alejados de cualquier posibilidad de sentirse seguros, felices, entusiasmados . . . de quienes son invisibles, de quienes mueren de hambre, de miedo, víctimas del fanatismo, de la intolerancia, del robo y la corrupción, del abandono . . . a su mala suerte.

                                               En busca de un pedazo de pan, en busca del derecho a vivir . . . como un ser humano. En busca de su identidad en el infierno de la nada tumultuosa, en busca de la autoestima . . . por sobrevivir en el seno e la sociedad que . . . , después de todo, les expulsa.

                                               Y la nave sigue haciendo agua, y la desigualdad ahonda en los desperfectos que auguran el hundimiento inevitable.

                                               Y se empieza desde muy pronto a situarse en el mundo que habrá de alumbrar la existencia, o simplemente hará de dejar caer aquello, aquellos que sencillamente no tienen cabida, no tienen futuro.

                                               Recuerdo que cuando impartía un programa escolar llamado Garantía Social y que, efectivamente, trataba de “garantizar” la inmersión, la normalización de jóvenes que habían fracasado palmariamente en su paso por la educación obligatoria, uno de ellos me aseguraba “muy serenamente” que odiaba a “todos los maestros, a los que le habían dado clase, y al resto también”. “Y que si por el fuera acabaría con todas las escuelas, colegios e institutos”. Y aseguro que lo decía con absoluto convencimiento.

                                               A lo largo del curso el muchacho “aprendió” algo más que lo que ya sabía que era prácticamente nada. No sabía restar, no sabía leer más allá de un torpe deletreo, y era un joven de 18 años, bien parecido, un joven que no llamaba la atención especialmente.

                                               Yo me “puse a su disposición”, para ayudarle en lo que se dejara y quisiera, como al resto de sus compañeros. Y se consiguió “normalizar” al joven. Al año siguiente le encontré, me saludó efusivamente, me presentó a su novia, me comentó que había encontrado trabajo en una obra, de albañil, . . . que iba a meterse en la compra de un piso. . . parecía un final feliz.

                                               Me imagino que la crisis posterior habrá acabado con ese desenlace venturoso.

                                               Cuando veo los documentales que ofrecen los yihadistas de la DAESH, con los jóvenes bárbaros, asesinos, terroristas . . . veo jóvenes “satisfechos” de sus fechorías, de sus barbaridades, de sus asesinatos crueles y brutales, “protagonistas”, “héroes”, al más puro estilo hollywoodense, como para que nos aterroricen aún más que tantas existencias frustradas, tantas existencias desviadas hacia el crimen, hacia la necesidad vital de “significarse”, aunque sea “inmolándose, matando, asesinando . . . “ tal vez porque esa será su patológica identidad” ¿?.

 

                                               Y con todo el mundo hace agua a borbotones, y las llamadas a la “auto defensa” son absolutamente legítimas, y la necesidad de seguir creyendo en los postulados que nacieron en la Revolución Francesa  siguen absolutamente vigentes.

                                               Y que desgraciadamente el horror originario de todas estas tragedias seguirá golpeando durante tiempo.

                                               Y que, por otra parte, la decisión de entrar “en guerra” con DAESH probablemente deberá ser detenidamente estudiada.

 

                                               No vale haber creado “tantos perdedores” y luego exigir que sepan aceptar el sistema que . . . “hace aguas”.

 

                                               “En Irak se intervino con tropas terrestres y fue un desastre. En Libia se intervino solo con medios aéreos y también fue un desastre. Y en Siria no se intervino ni con tropas ni desde el aire, prefiriendo armar a los opositores, y el desastre ha sido aún mayor”.

                                               “Como demuestran los ataques en París, diagnosticar acertadamente los errores cometidos no nos libra de tener que lidiar con sus consecuencias. Al contrario, nos señala la ausencia de soluciones fáciles. La tarea ahora es ir recogiendo los restos de nuestros fracasos y errores e intentar construir una respuesta efectiva. Dar asilo y refugio, reforzar los medios policiales y judiciales, mejorar la captación de inteligencia, activar la diplomacia para forzar una negociación, hostigar al Estado Islámico en sus bases, cortar sus finanzas y suministros y apoyar a los que luchan contra él. No parece que haya muchas más opciones”. JOSÉ ANTONIO TORREBLANCA

 

 

                                               Torre del Mar     noviembre – 2.015