como tantas y tantas otras, a miles, tras la pared de nuestra casa, en el arrabal que jamás hollaremos, en el barrio humilde, más allá de nuestro horizonte, más allá del océano que nos da seguridad, más allá de las tierras que tampoco conoceremos, más allá de la sinrazón que nos hace creernos a resguardo. . . mientras ahora mismo una heroína, una víctima, una mujer. . . va cayendo bajo los insultos, los golpes, el arma asesina, el desprecio implacable . . . como si solo mereciese ser olvidada enseguida, ahora que ocupará el titular de su destino cruel e injusto.
Como una víctima más, una joven de 15 años, Sahar, una muchacha afgana, torturada por su familia política por no querer prostituirse. . . una más con el dolor más absoluto en su pequeño regazo, en la UCI donde se recupera. . . ¿para seguir viviendo?, ¿para seguir muriendo?
Como ella, y ella, y ella, sin que sepamos recordar su nombre, aunque viva tan cerca que podíamos oír su tortura diaria e infernal, aunque viva tan lejos de nosotros que también solo se reducirá a una noticia más o menos impactante . . . mientras corremos a la indiferencia y a la media sonrisa que nos permita refugiarnos de tanto horror, el mismo que . . . tampoco quisimos ver.
Y entretanto la vida transcurre como si no fuera para tanto, como si las lágrimas de la víctima fueran solo suyas, y su dolor, y su miedo, y su silencio, y su olvido culpable de todos nosotros que miramos hacia otro lado . . . cuando tenemos a diario la oportunidad de decir ¡ basta!
Y entretanto la cobardía nos hará cómplices del crimen universal ejercido sobre cada mujer que sufre, sobre cada víctima que yace herida, muerta, sobre cada heroína que lucha . . . ella sola por seguir viva, por ser digna, por ser mujer.
Y Sahar con su mirada dulce y quebrantada en la conciencia culpable y maldita de la humanidad entera. Por una muchacha infeliz el dolor más absoluto, el fin de toda esperanza.
Torre del Mar 9 – enero – 2.012