Sonaba en la radio Libertad sin ira de Jarcha, camino de Valverde del Camino, en Huelva. El campo estaba en lucha y había que oír a los jornaleros para después contarlo en la revista Cambio 16. La paciencia y el pan se terminaban y el Sindicato de Obreros del Campo (SOC) se extendía como el fuego en verano por un rastrojo. Días antes había visitado, como un peregrino más, la inmensa mole de la catedral del Palmar de Troya donde días atrás Clemente había sido coronado papa. El campo andaluz padecía una sequía que no se recordaba y por polvorientos caminos los jornaleros buscaban fincas que ocupar y otros le habían tomado el gusto a encerrarse en iglesias y catedrales, y el líder del SOC, Paco Casero con un sol que cae a plomo iniciaba una nueva huelga de hambre debajo de un chambao de cañas, en las cercanías de El Puerto. Para Casero la huelga de hambre es casi ya una actividad profesional. A Casero le llaman El Ghandi andaluz. «Compañero, me dijo, esto es un polvorín a punto de estallar y no habrá quien lo controle». A discreta distancia, debajo de un reseco olivo, una pareja de la Guardia Civil, tocados con el horrendo tricornio, hacían la vista gorda a los jornaleros que se acercaban hasta Casero para refrescarse con agua de un botijo, cuando en realidad le estaban dando parte de cómo iba la lucha. El campo soñaba con la autonomía, pero no llegaba.
El proceso autonómico, pese a la creación de la Junta y del Pacto de Antequera en 1978 no terminaba por hacerse notar y lo, que era peor, estuvo a punto de irse al garete porque el partido gobernante en España, la UCD, estaba entretenido en otros menesteres internos y en calmar los exaltados ánimos de vascos y catalanes que querían autogobernarse. Añadan ustedes que España tenía un 25% de paro y la economía estaba hecha unos zorros, con una inflación sin valor apenas de la peseta.
Las luchas de la UCD y el PSOE para controlar y hacerse con el poder en Madrid se extrapolan a Andalucía y el proceso autonómico entra en vía lenta. Plácido Fernández Viagas perdía la paciencia con frecuencia, algo no habitual en el magistrado, capaz de dominar los tiempos. Lo único que podía hacer era trenzar un contundente pero flexible soporte legal y político que permitiera culminar con éxito el largo y difícil camino de Andalucía a su autonomía. En la ciudad de Ronda donde tenía montado su permanente gabinete de crisis, asomado al Tajo, con las águilas sobrevolando los cielos abiertos, me confesaba que el pueblo iba por delante de sus dirigentes.
Este clima de tensión social en el que vive Andalucía en el año 1978 hace casi imposible avanzar, pese a los esfuerzos de Manuel Clavero abanderado de la autonomía plena y que se las tiene que ver con dos compañeros de gabinete, los ministros andaluces Jaime García Añoveros y José Pedro Pérez Llorca que alertan a Adolfo Suárez que el impulso de socialistas y comunistas y la radicalización de los partidos a la izquierda del PCE dibujan un mapa andaluz donde ellos no podrán ni respirar, con la recién creada Asamblea de Parlamentarios andaluces controlada por la izquierda. Se empezaba a negar el pan y la sal a la autonomía andaluza.
Hambre contra hambre. El sector naval gaditano entra en guerra de guerrillas y los astilleros se convierten en un campo de guerra donde se estrenan armas rudimentarias que lanzan cohetes contra la policía pertrechada con sus bocatas lanza pelotas de goma y botes de humo. A Barbate vuelven los pesqueros que huyen de los caladeros marroquíes, con los cascos ametrallados y el paro masacra al pueblo andaluz que hace gritar a un jovencísimo José Manuel Sánchez Gordillo, mientras jornaleros de Marinaleda ocupaban la finca de Bocatinaja, en Osuna, que tener hambre era la mejor arma para luchar contra el hambre. Eran tiempos, también, de la utopía; de la utopía a veces cocinada con algo de anarco, no confundir con anacardo. Querían que la finca fuera objeto de repoblación forestal y reclamar la reforma agraria, munición que siempre llevaban en la capacha para lanzarla contras los políticos y contra el feudalismo andaluz, una de las lacras históricas que más han impedido el desarrollo del campo andaluz.
Esta situación social se convierte en un argumento esencial a favor de la autonomía como instrumento de desarrollo que sitúa a Andalucía en el centro del interés político nacional. Pero no es fácil pese a los intentos del ministro de las Regiones, Manuel Clavero, que choca de manera frontal con el Gabinete de Suárez, cerrado en banda a conceder derechos al Gobierno de Plácido Fernández Viagas. El Gobierno de Viagas es un gobierno fantasma, sin dineros, sin medios, sin capacidad de gestionar ni tan siquiera los deseos. Pero es un gobierno fiel, que no baja la guardia, con el consejero comunista, Tomás García a la cabeza.
Tiene que ser el escritor comprometido con Andalucía, Antonio Gala quien en el Congreso de Cultura Andaluza celebrado en Córdoba levante la voz, reclame atención a Andalucía y a su pueblo, y grita para que sea oído por todo el mundo: «Viva Andalucía viva» Las columnas de la Mezquita y las filigranas arabescas y mudéjares se estremecieron con sus palabras. El clima de auto afirmación colectiva es intenso como dijo Emilio Pérez Ruiz, el andalucista promotor del Congreso.
Se imponía un cambio y llegó Rafael Escuredo. No fue fácil su elección en el seno del PSOE pero supo exponer a conciencia lo que podría significar para la UCD y para el presidente Adolfo Suárez abrirle un nuevo frente autonómico, además del catalán y el vasco. El tenaz Escuredo y la posibilidad de debilitar a Suarez hicieron el resto. El nuevo presidente andaluz sale elegido el 2 de junio con los 16 votos que suman PSOE y PCE y el candidato de UCD, Miguel Sánchez Montes de Oca, consigue 14 y el único representante del PSA, Miguel Ángel Arredonda se abstiene. Al final del acto empezó a sonar el himno de Andalucía sin que la mayoría de los asistentes prestaran atención, simplemente porque no lo conocían y Escuredo nombra a su gobierno que un mes después asume las primeras competencias y los primeros poderes en materias de turismo, transportes, agricultura y Administración Local. Algo es algo. Pero Escuredo cual mosca cojonera asalta una y otra vez al ministro Clavero para avanzar en las transferencias, pero el ministro de las Regiones está cada vez más aislado y lleva meses sin hablar con Suárez.
Andalucía amarga. En 1979 Andalucía tiene el 25% del desempleo de España, cincuenta mil andaluces marchan humillados a la vendimia, el desempleo agrario andaluz llega a ser considerado como un problema de Estado, las tormentas se ceban en el campo de las provincias de Granada, Almería y Málaga y los fondos del empleo comunitario, escasos y mal planificados, sólo sirven para parchear la situación. Y en este ambiente, Salvador Távora estrenaba Andalucía amarga, nunca mejor dicho.
En Casares el 11 de agosto se tributa un homenaje a Blas Infante, su pueblo natal, fusilado 43 años antes, cuyo legado histórico fue asumido ese mismo día por la Junta en pleno. Manuel Clavero acompañó a Rafael Escuredo en la colocación de un ramo de laurel y olivo ante el monumento del padre de la patria andaluza.
Un nuevo grito de guerra cala en el pueblo. Su origen está en la lucha de los jornaleros y en dos palabras resume el cambio por venir en los Ayuntamientos: «Quita un cacique, pon un alcalde». Los pactos de la izquierda permitió hacerse con el control de los principales ayuntamientos y surgió una generación de jóvenes alcaldes, populares, honestos y honrados que ayudaron a la consolidación de la democracia y abrir las puertas de la autonomía. Esta es la cosecha del 79: Almería, Santiago Martínez Cabrejas (abogado laboralista, 32 años); por Cádiz, Carlos Díaz (médico, 43 años); Córdoba, Julio Anguita (profesor de EGB, 35 años); Granada, Antonio Camacho (directivo caja de ahorros, 48 años); Huelva, José A. Martín Rite (abogado laboralista, 37 años); Jaén, Emilio Arroyo (licenciado en Filosofía, 35 años); Málaga, Pedro Aparicio (médico, 35 años); y Sevilla, Luis Urruñuela (abogado,42 años). En Jerez, Pedro Pacheco y en Algeciras, Francisco Esteban, completado con una pléyade de alcaldes de pueblo, tan inexpertos como honestos, tiñen de rojo todo el mapa andaluz. Es una bocanada de aire puro, con masiva asistencia de ciudadanos a la toma de posesión entre aplausos y abrazos; con lágrimas en los ojos de los más veteranos en la lucha y los escaños llenos de pantalones vaqueros, barbas, melenas, signos del progresismo imperante en Andalucía.
Ellos y los alcaldes de poblaciones de apenas 500 habitantes estaban a punto de dar un golpe de Estado, el autonómico. Los primeros en llamar a rebato fueron Los Corrales (Sevilla) y Puerto Real (Cádiz).