El reciente cierre de los históricos chiringuitos El Lirio y El Caleño ha puesto de manifiesto una realidad más que palpable. En la primera parte del paseo marítimo El Pedregal sólo quedan cuatro chiringuitos tradicionales entre más de una veintena de negocios. El Cabra, Maricuchi, El Morata o Miguelito el Cariñoso son ahora un oasis en una zona en donde se pueden encontrar hamburguesas y todo tipo de comida rápida, helados o copas.
Una circunstancia que pudiera considerarse una simple anécdota ocurre en una de las zonas más privilegiadas de la capital, que cuenta con una especial protección por parte de las administraciones y en donde siempre se ha defendido su seña de identidad como argumento para mantener en pie las antiguas casas de pescadores y su peculiar entramado de callejuelas. Desde los astilleros Nereo hasta el arroyo Jaboneros, el paseo ha sido tomado por un público más joven y, en gran medida, por estudiantes extranjeros que vienen a aprender el idioma.
Desde la asociación de hosteleros Mahos no consideran que el cambio de modelo suponga un gran problema en la zona, ya que «la competencia ha crecido y los negocios necesitan adaptarse». El presidente del colectivo, Jesús Sánchez, entiende que lo fundamental es que el Ayuntamiento apueste por ambos barrios y establezca un modelo concreto a seguir. «Esta debería ser una zona protegida de Málaga y las administraciones deben lograr que el paseo mantenga su idiosincrasia».
Actuación integral
En este aspecto, recuerda que ambos paseos se encuentran aún a la espera de una actuación integral que mejore los servicios, cree nuevos aparcamientos y logre armonizar la imagen de todo el conjunto. Tanto es así que la falta de aparcamientos se ha convertido en la principal queja de estos empresarios, que ven a diario cómo los clientes se marchan a otras zonas en donde pueda dejar el coche, como La Malagueta, el Muelle Uno o incluso la zona oeste. «El empresario debe tener ingenio para abrir negocios y el ayuntamiento debe ser hábil para generar movimientos hacia esa zona», resume Sánchez.
Una vez pasado el arroyo Gálica y ya entrados en el paseo marítimo de El Palo, los problemas se multiplican. Gabi Garrido, propietario del restaurante Gabi, uno de los negocios más antiguos de la zona, recuerda que llevan cuatro años luchando con el Consistorio para lograr que se elimine el tráfico rodado por el paseo durante las horas de máxima actividad por motivos de seguridad. «Le propusimos que se instalaran unas vallas y una zona de carga y descarga, reunimos miles de firmas de vecinos y hosteleros, pero nunca se hizo nada», sostiene.
A los empresarios les queda por añadir una última queja: los servicios que reciben para los impuestos que pagan. José Mancera, propietario del restaurante Terral, uno de estos negocios más modernos, dice que pagan impuestos de primera, «como si trabajáramos en la calle Larios», pero reciben de quinta. «Si no limpiamos nosotros la calle, no lo hace nadie», resume