I M P U N I D A D

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Impunidad y tufo maloliente, desde el matao del barrio, pringao y pringoso, hasta el chorizo de charol y terciopelo, del más alto al baranda correveidile, habiendo hecho de las suyas mientras nos habremos de seguir chupando el dedo. . . ¿por malpensados?

            ¿Pues no han dicho por activa y por pasiva que eran inocentes y que todo la batería de acusaciones no es más que un montón de falsedades? pues entonces que más queremos, aunque nos recorra el espanto y la incredulidad el espinazo social y colectivo de esta patria nuestra, embadurnados hasta la extenuación de hipócritas “a mí me las den todas” y “hay cómo os pille” . . . por acusadores sin tasa ante tanta inocencia vilipendiada.

            Impunidad entonces a contracorriente y contra cuanto se presente amenazador, con el dedo acusador ante las evidencias, porque aquí lo que hay es mucho descontento con la propia condición de desgraciados parias que aún nos cuesta asumir, cuando  tanto sacrificio de los barandas de arriba ha caído en saco roto y manirroto de los imbéciles de abajo, como para que sigamos pidiéndole cuentas al maestro armero, vamos como si tuviéramos alguna posibilidad ante tanta declaración de inocencia indemostrable, como si no tuviera que ver nada el tesorero, extesorero, con tan buen ojo y tino con sus negocios “particulares, mientras las finanzas contables del chiringo, “al servicio del pueblo”, iban de perlas, sin una cuita que echar en cara o en falta.

            ¡Hasta ahí podríamos llegar! A sospechar de los barones y baronesas que andan perdiendo dinero, los pobres y los probos, a espuertas por su dedicación de “servicio” a la causa, pues por eso, que los jaguares, las comisiones, los sobres, los trajes y demás mordidas iban y venían con destinatario desconocido, como si fueran tontos de baba por pretender enriquecerse obscenamente,  los servidores públicos de vocación incontestable, tan desgraciaditos ellos que dan lástima.

            Impunidad hasta la arcada, fagocitados por las toneladas de corrupción insalvable e inocente, tanto como una trágica inocentada, tanto como un vómito de mentiras y trampas . . . hasta hacernos morder el polvo. . . de la realidad pura y dura, por vivir malviviendo, por intentar llegar a final de mes con las escasas fuerzas de quienes no pueden, mientras arrean los viejos con sus magras pensiones a tapar hemorragias, culpables de no haberse subido, a tiempo, al carro de los conseguidores y otros rufianes, como para no poder ahora argüir una autoexculpación que proclame su inocencia contra toda evidencia. Pues por eso mismo que ¡viva la impunidad!

 

                                   Torre del Mar 4 – enero – 2.013