I N V I O L A B I L I D A D

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Y ahí viene lo del mosqueo, acompañado de esa sospecha que viene, precisamente, de la insistencia en la premura de preservar, aforar, dotar de inviolabilidad sin reservas ni complejos . . . a los personajes de pro, en la figura de relumbrón del rey . . . como para que a uno le entren las cosquillas sobre si ¿tan sospechoso es de cometer actos penales? El susodicho para que urja tanto atrincherarle de cualquier demanda. . .¡penal!. Aviados pues estamos y expuestos, por lo visto, a toda tentación en la que podamos caer como mortales, como para que enseguida caigamos en las garras de la justicia. . . que se inhibirá en el caso del rey. Pues sigo sin entenderlo muy bien. Si resulta que el primer caballero del reino ha de encontrarse ajeno a toda «insidiosa persecución penal», sin o con razón. De tal manera que el tipo coronado es susceptible de caer en delito ¡o no!. . . para que la inviolabilidad se convierta simplemente en una medida decorativa, ¡va a ser eso!. Claro que si uno se mira a sí mismo pues puede que le entre cierto vértigo. Toda la vida sin inviolabilidad, sujeto a responsabilidad penal. Tan desnudo de garantías. Siendo uno un ciudadano de pro mientras no se demuestre que he sido sujeto de violabilidad merecida. ¡la tenemos buenas!. Que andamos en cueros y sin saberlo, con nuestro rey, saliente y entrante, bien inviolable por la gracia de sus palmeros, bien aforado por mor de los sobresaltos. Que ahí andamos con el culo al aire, al punto de coger un resfriado que nos corte el cuerpo a la mínima. Con el prurito de la honestidad puesta a diario a la vista de toda justicia humana que nos pueda poner en aprietos, merecida o inmerecidamente. Así que ajo y agua la ciudadanía de clase de tropa y trato exquisito y blindaje legislado. Como el arte de presumir de honorabilidad sin necesidad de dar cuentas por nada. ¡olé los huevos de los leguleyos! Y los 10.000 aforados de la patria que bien harán cuidándose sus vergüenzas . . . porque tienen o tendrán mucho que esconder o así, mientras el rey nuestro señor ¡tan inviolable!, con la majeza y guapura de un San Luis. Porque no hay mayor irresponsabilidad que dejarse nombrar y coronar «inviolable». Torre del Mar 19 – junio – 2.014