Iniesta es la excelencia

Más que una estrella, que también lo es por su inmensa trayectoria y su talento, ganó un jugador de equipo, menos obsesionado por el brillo individual que por el rendimiento del equipo.

“Rexach tardó un instante en darse cuenta de que Messi era otra cosa”, escribió hace unos meses Pep Guardiola en este periódico. “Yo, por respeto a Charly, tarde dos instantes respecto a Iniesta”. Lo había ido a ver cuando todavía era un chaval y competía por la Nike Premier Cup. “Ese chico tan menudo”, decía Guardiola, “ese chico era otra cosa”. La UEFA lo ha considerado el mejor cuando tiene 28 años, pero su fútbol seguramente no es muy distinto del que cultivaba entonces.

Muchas son las virtudes de Iniesta. Mover la pelota con inteligencia y velocidad. Repartir juego a los compañeros. Escabullirse como quien no quiere la cosa de un puñado de contrarios en un espacio infinitamente pequeño, manejando el balón como si fuera parte de sí mismo. Descubrir el hueco para el pase envenenado. Y, como remate de su indiscutible maestría, disparar y liquidar al contrario. Lo hizo en la final del Mundial de 2010 para darle el título a España frente a Holanda, o en aquel partido de 2009 en que el Barcelona se jugaba con el Chelsea el pase para la final de la Champions: ya casi no quedaba tiempo e Iniesta recibió de Messi, y no se lo pensó un solo segundo para fulminar al contrario con un formidable chupinazo.

Tenía once años cuando dejó Fuentealbilla, su pueblo de Albacete, para irse a La Masía, la cantera del Barcelona. “Éramos incapaces de comer nada…”, recordaba de aquel viaje. “Ni comía yo, ni mi hermana ni mi padre porque nos moríamos de pena. Pero hoy lo pienso y sé que no había otra salida”. No, al parecer no la hubo, para fortuna de los aficionados al buen fútbol. Enhorabuena.