J U L I T O

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Julito llegó a mi clase en tercero. Julito era hiperactivo diagnosticado y medicado. Menudo, infatigable, naturalmente movido. Un día que no tomó "su medicina", se le había olvidado a su mamá, Julito no pudo estar ni un solo segundo quieto, tranquilo. Era un tormento verle cómo no podía contenerse, aunque lo estuviese deseando.

Julito además carecía de tímpanos, de nacimiento, y necesitaba usar unos audífonos bastante sofisticados, con unos rueditas que él manejaba a una velocidad supersónica hasta acertar con el punto exacto de la audición deseada. También su vista era deficiente, muy deficiente y necesitaba usar unas gafas con unas lentes de muy elevada graduación.

Como decía su madre si se acerca un nubarrón seguro que descarga sobre "mi hijo".

Pero Julito era muy trabajador, inteligente, y su interés por aprender era notabilísimo. Expansivo, exagerado, imparable en cuanto lograba enganchar a algún compañero al que pudiera contarle sin parar lo que fuera. . .

Julito tenía tendencia a interrumpirme, a preguntarme, a querer hacerlo todo lo mejor posible, solicitando ayuda constantemente. Sin duda, Julito era un torbellino y un vendaval de ganas de ser, de ganas de encontrar su hueco, su eco, entre sus compañeros, los mismos que, aunque le querían, trataban de "no dejarse pillar", porque Julito a menudo resultaba "muy pesado".

Julito fue un alumno excelente, trabajador, cumplidor, participativo y colaborador. Le tenía cerca de mí para escucharle en cuanto tuviera algo que preguntar, tratando de evitar que se alborotara por esa urgencia que le apremiaba a resolver cuanto se le planteara, con la urgencia de saberlo siempre con prisas, siempre sin saber esperar ni un segundo.

Recuerdo una ocasión en que coincidí con Julito y sus papás. Comenzamos a charlar cuando Julito empezó a querer intervenir, a contarnos lo que fuera, sin esperar, con la urgencia de su ansiedad un poco desatada, llamándonos la atención, para que le escucháramos, porque necesitaba contarnos, ya, lo que fuera a. . . contarnos.

Y entonces la mamá de Julito, tan enérgica como cariñosa intervino: ¡No, Julio, ahora no!, y Julito lo intentaba, y se iba poniendo más nervioso, porque él quería intervenir, ocupar el centro; pero la mamá no cedió: ¡He dicho que no, que ahora estamos hablando nosotros y tú tienes que esperar, luego nos lo cuentas!. Y Julito no se conformaba, y la mamá siguió sin ceder: ¡No, Julio, ahora no!.

Hasta que, al fin, Julito . . .cedió y refunfuñando calló y esperó su turno.

Fue una extraordinaria lección de la mamá de Julito.

Años más tarde volví a ver a mi querido alumno Julito, hecho un mozo, al que por cierto le iban bastante bien las cosas.

 

Madrid junio – 2.017