L A E S C U E L A

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La escuela en el alero de las rivalidades ideológicas y los egos superlativos, desde las altas instancias del Estado para modificar lo que debería esencial y defendido por consenso, porque, al cabo, solo se trata, y nada más y nada menos, que de fundar una escuela, de crear la escuela, de potenciar la escuela, la escuela de y para todos, para que luego cuando la vejez asome nadie eche en cuenta su no presencia en la escuela de su infancia frustrada, o su mal recuerdo de la escuela que le condenó tan pronto a ser un “outsider”.

                        La escuela como ámbito enriquecedor y estimulador, desde la universalidad de la condición humana vertida hacia sus pequeños, hacia el futuro en sus múltiples e infinitas posibilidades, porque todas son válidas e imprescindibles, exactamente porque en un corro atento de niños nadie es diferente, nadie es más que otro, nadie ha de sobresalir con su calificación castradora o selectiva, desde tan temprano, los sobresalientes y los insuficientes, marcados a fuego, porque la escuela además de universal debería ser atractiva, pública y gratuita, y universal, básica, enriquecedora, sugerente y seductora, aliento y ánimo indestructibles, para que nadie quede sin su derecho a aprender que “sí se puede” . . .porque ”nadie es más ni menos que nadie, en todo caso igual”. . .porque la clave está en cuanto se quiere a quien se quiera orillar, por encima y por debajo de las “excelencias académicas”, por la humanidad y la sensibilidad, por, en definitiva, la sonrisa y la confianza de los infantes en su propia importancia, en su poderosa autoestima, en la condición de ser uno más, único entre iguales, para que solo quede la opción por mejorar, por ser y saber que podemos, que pueden intentarlo a diario, porque tan importante es el menos como el más, porque nadie es imprescindible y tampoco sustituible, porque la grandeza del ser humano es el respeto a uno mismo y a los demás, el compromiso y la responsabilidad, porque como dice el dicho “es feliz quien aspira a lo que puede conseguir”. . . porque cada niño tiene derecho a aspirar a aquello que puede alcanzar.

                        La escuela en las batitas almidonadas con el nombrecito bordado de sus dueños. La escuela en las sonrisas confiadas de los protagonistas que habrán de conformar el verdadero sentido de la escuela. . .como reducto inatacable del desarrollo integral, humano y ciudadano de todos y cada uno de los niños y niñas que la conforman.

                        Porque no puede ni debe ser admisible que el cargo y la carga de los complejos, las inquinas, la mala idea y la perversidad de los mayores vaya a la cuenta de nuestros hijos. En contra de esa miserable doctrina de “la excelencia”, en contra de la excelencia universal que especula y oprime, a favor de la excelencia de la vida riente y vitalista, de cada quien, de cada pequeño, de cada apunte de porvenir, ávidos de dos necesidades inevitables: El cariño y la exigencia, la exigencia y el cariño, sin regateos, complementándose, sin que nadie tenga por qué quedarse atrás en ningún sentido, contra todas las reválidas y sumideros, contra la maldita ley del embudo que solo selecciona a los serviles vasallos de cuello duro, porque en el más pequeño, débil, frágil y torpe de nuestros niños está la única razón de la escuela. . . y si no lo entendemos así no merece la pena seguir creyendo en nuestras escuelas.

                        La escuela, al fin, en el horizonte limpio y despejado de nuestros niños tomando conciencia de sus potencialidades, de sus posibilidades.

                        La escuela en el sacrosanto objetivo de una sociedad entregada a sus pequeños, a todos y a cada uno de sus pequeños, empezando, exactamente, por quienes más necesiten . . . ¡eso mismo!: por la ¡estimulación positiva!, contra los complejos y traumas propios que trasladamos al debe de nuestros hijos y alumnos. 

                        Torre del Mar 13 – enero – 2.014