Como si estuviésemos interesadísimos en estar al tanto, por ejemplo, de las noticias en la última punta del mundo que se nos pudiera ocurrir, para no dejar de saber de todo lo que se nos vaya a poner en el machito de nuestras perentorias ansiedades, por saber de esto o de aquello. Y eso ya es una realidad y como me repiten mis hijas, mis yernos, y hasta mis nietos . . . cuando puedan enterarse de su «mundo» de la información y «ponerme al tanto» de mis posibilidades de informarme muy mucho y a tiempo real o casi. Aunque a uno le abrume tanta información valga la redundancia. Como pasó el otro día en el que me suscribieron a una publicación de esas de on-line a la que, por cierto, me apunté con el interés lógico de tener «algo más de información», por resultar que yo también era capaz de modernizarme, cuando empezaron a «bombardearme» con todas las infinitas posibilidades que se me habían abierto que, sin remedio, el vértigo apareció de repente . . . en uno que todavía no debe estar tan preparado. Y es que uno viene a recordar aquel viejo refrán de «quién mucho abarca poco aprieta», y tampoco estoy como para perder tanto tiempo rompiéndome la cabeza en descubrir aquello que nunca se me hubiera ocurrido ni visitar. Pero en fin, tal vez sea que uno solo es «una antigualla». Y a veces uno recuerda a sus abuelos que apenas abandonaron sus entornos vitales, a lo largo y ancho de sus existencias esforzadas, aunque resultara que sus nietos ya desarrollaran de otra manera su curiosidad como para ir alejándose del núcleo centrífugo de sus pequeños mundos, no tanto como ahora que el personal logra «insonorizarse» ante el exterior, al que ignora, entregados a sus ventanas a la información imparable, infinita, inagotable, hasta la extenuación y la entrega generosísima del tiempo que uno dispone como para no dejar de «informarse», aunque solo sea superficialmente, aleatoriamente, sin otro interés que el ocuparse tecleando, visionando, obsesionándose sin necesidad de echar una ojeada a cuanto se le ocurra rodear al personal absorto en sus «informaciones». Recuerdo que cuando yo era niño y salía de excursión con mis compañeros de clase, una al año, de fin de curso, todos los años a visitar San Sebastián, La Concha, el Acuario, El Igueldo. . . tan felices en el autobús con trasportines para hacer más rentable el viaje, con los curas profesores animándonos al entonado de canciones entusiastas, desde «ondiñas vienen, ondiñas van. . . « a «de colores se visten los campos en la primavera. . .», previamente ensayadas, mientras escudriñábamos extasiados el paisaje esplendoroso, con un perfecto programa de visita a la Bella Easo, en filas de a dos, atentos a las explicaciones dadas, con pequeños asuetos aprovechados al límite, para llega la hora prefijada, bajo pena y peligro de llevarse un par de bofetadas, por ejemplo, por cinco minutos de retraso, para llevar a cabo el regreso, felizmente agotados, recitando el rosario, entre cabezaditas infantiles, habiendo visto, aprenhendido, interiorizado. . . tanto como se pudiera haber asimilado, ni mucho ni poco como para no olvidar ese día señalado hasta el año siguiente. Para en pocos años volver al moderno bombardeo de pantallas, pantallitas, auriculares, y similares por estar perpetuamente «conectados», sin interés por cuanto pueda pasar a nuestro alrededor, como para que los muchachos de hoy se abstengan de mirar cerca de ellos cuando tienen el mundo dentro de sus ventanas hacia la información inagotable, pantallitas que lograrán visionar virtualmente la realidad promovida por el poder que. . . todo lo puede. ¡sin duda!, sin que deje de ser «virtual aunque sustituya a la realidad» o al menos eso pretenda. Torre del Mar noviembre 2.014
L A I N F O R M A C I Ó N
- Publicación de la entrada:05/11/2014
- Categoría de la entrada:Opinión