L A M U J E R

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Y así un día tras otro, alumbrando titulares o sufriendo silencios, en los garitos más hundidos y en las pasarelas más lustrosas, con su perifollo y su carmín siempre a punto, incluso tras una paliza, incluso tras el homenaje tramposo que enaltece a la mujer sobre su propia imagen, como si solo fuera a ser imagen y presencia, florero y mandil, esclava y amante, por un lugar al sol siquiera cuando disponga del mérito y el respeto que se ha ganado con creces, o ni así.

                        Desde los rincones más inhóspitos hasta los escaparates más lumbrosos, por los suyos, por todos, por ella si aún tiene fuerzas.

                        Desde las plazas de La Liberación de todo el mundo hasta el infierno doméstico que nadie conoce. Desde el amor fluorescente y vacuo hasta el chantaje emocional que nada ofrece, desde la impostura hasta el trabajo bien hecho, desde el desfile de mises hasta la condena insalvable, desde el piropo que las avergüenza hasta el premio que las margina, siempre en el ojo del maldito opresor que teme y odia, en nombre de su dios, de su ley, de su miedo cerval a no merecer . . . ni una mirada de desprecio.

                        Y día a día, en el ocaso de toda esperanza por resurgir igual y libre, digna y entera, por ser ella misma, simplemente por querer ser ella, la mujer, saliendo de su ostracismo, sobreviviendo al empeño miserable que no las deja ser, por ser incapaces, ellos los maltratadores, los machos, los hombres desde su género, de aceptar sencillamente, su capacidad, su humanidad.

                        Y sin embargo siguen cayendo, y la civilización avanza, y la caravana hace oídos sordos, mientras los perros amenazan y acechan, y reímos las gracias, y callamos, y asumimos que, de momento, a nosotros nos va bien. . . aunque la metástasis avance imparable.

                        Y tan lejos de nosotros y tan cerca que nos conmueve, en un pasmo, en una sorpresa trágica que, sin embargo, hemos ido alimentando, cuando admitimos lo inadmisible, a diario, porque no nos toca, porque creemos que no nos salpica, porque estamos en la otra orilla y salimos indemnes de la vergüenza y el delito, por creernos más que quienes, a diario, luchan y viven, bregan y aman, pugnan y subsisten como si fueran mejores, como si fueran mujeres, . . . jugándose la vida a diario, frente a sus torturadores, junto a sus asesinos.

                        Y a diario muy lejos, tras la pantalla del televisor, entre las líneas de imprenta del diario, y a diario, muy cerca de mí, en mi barrio, sin que yo haya dicho ni mu, como un cobarde, como un miserable, con la complicidad de quien ya mira hacia otro lado.

                        Y son mujeres, y son heroínas, en Ciudad Juárez y en el piso de arriba, y son víctimas, en  El Cairo y en el puticlub del extrarradio, y son carne de desecho, en el último agujero del mundo y en la jaula de oro más enjaezada, por sobrevivir a diario, . . jugándose la vida por ser ellas.

                        Contra la impunidad que nos asiste, por no habernos matado antes de haber, siquiera, imaginado que podíamos ser capaces. Contra la iniquidad de seguir olvidando cada víctima que va cayendo. . . tan rápido.

 

                                                                       Logroño 17 – febrero – 2.011  

Fuente: Antonio Garcia  Gómez