L E C C I Ó N

Mientras se mantenga la ilusión, la euforia por querer seguir aprendiendo, por la necesidad de intentar buscar respuestas, porque uno se sigue “sorprendiendo”, cuando descubre que el horizonte aún amanece iluminado cada madrugada, con las sonrisas de nuestros niños, con el denuedo de muchas maestras y maestros . . . todos los días.

El pasado día un alumno que tuve en el año 1.978, cuando sólo era un niño de 12 años, me envió una imagen de una foto que guardaba en la que aparecemos él y yo, él, un muchacho vivaracho, espabilado que sonríe a su maestro de entonces. Hoy este niño de antaño es un hombre, esposo y padre, que estudia y trabaja, y que tras más de treinta años sin haber conocido dónde paraba su maestro de hace tanto, quiso localizarle, quiso saludarle, quiso volver a ponerse en contacto con él para contarle que aún se acordaba de ciertas cosas que aquel maestro, hoy jubilado, le dijo, le explicó, le quiso, también, enseñar a … ser mejor, a comprender mejor ciertas cosas, ciertas historias.

Hoy me siento orgulloso de aquel muchacho del año 1.978, cuando yo apenas llevaba dos años ejerciendo mi profesión de maestro. Hoy me he sentido “bien pagado, mejor recompensado” por todos y cada uno de mis alumnos a lo largo de mi trayectoria de enseñante.

Porque mereció cada segundo, cada curso, cada uno de los niños y niñas a los que tuve el privilegio de ayudarles, por la lección que cada día fue ir al colegio, junto a todos ellos.

Hoy he leído en el diario la historia de Hanna, una refugiada nigeriana que ha logrado escapar del horror y la maldad de Boko Haran y sus secuaces más de ocho veces.

Preguntada tras su odisea llena de sufrimiento y espanto inimaginables la valiente, la hoy mujer indomable, ha contestado que: “cree haber ganado la batalla, porque ahora va al colegio, que es lo que ellos no querían”.

Y entonces uno solo puede emocionarse y reivindicar la “lección aprendida” hoy, de boca de una niña, una muchacha, una mujer que ha sufrido lo indecible y aún valora la importancia de “poder ir al colegio”.

¡Qué lección!

Y uno se atreve a imaginar una placa con esas palabras en cada escuela pública de nuestro país: “Creo haber ganado la batalla porque ahora voy al colegio…”, Hanna.

Porque uno hoy ha recibido la mejor lección, porque hoy, de nuevo, ha encontrado sentido a la trascendencia de la oportunidad que suponen que, en nuestro país, la enseñanza obligatoria sea pública, gratuita y universal, porque el futuro se merece el abrazo de la esperanza de nuestros niños cuando se esfuerzan por aprender cada día . . .a ¡ser un poco mejores!, yendo al colegio, día a día, porque, al cabo, es la oportunidad que tendremos todos de ser, efectivamente… “mejores, más fuertes, más sabios, más solidarios”…

Con todo el agradecimiento a esas mujeres como Hanna, a esos hombres como mi “antiguo alumno” que supieron querer “ir al colegio” a escuchar a “sus maestras y maestros”.

Torre del Mar junio – 2.017