ALFONSO VÁZQUEZ. MÁLAGA Se le daban tan bien las alegrías, que ya con 12 años se ganó a pulso el nombre artístico, aunque siempre manejó bien todos los palos. Antonio Ruiz, el Niño de la Alegría, nació en Málaga en 1930 y el cante ya lo llevaba en la sangre. "Mi madre cantaba muy bien, tenía una voz parecida a la mía, no potente, pero melosa y bonita", explica. El teatro circo de los hermanos Largo, en la calle del Duque de Rivas acogió su primera actuación. "No tenía ni carné de espectáculos", confiesa.
El obligatorio carné llegaría con los 18 años (1948) en el Teatro Cervantes y delante de un miembro del jurado muy especial: Maurice Chevalier. "Recuerdo que canté en la primera parte unas alegrías y en la segunda un fandanguillo".
La pasión por el flamenco tuvo que compaginarla con su trabajo, desde los 12 años hasta su prejubilación, como auxiliar de farmacia, primero en Capuchinos y luego en la calle Méndez Núñez. Haciendo guardias de 10 de la noche a 10 de la mañana, si una noche tenía que actuar, debía hacer "virguerías", cuenta, para compaginar trabajo y vocación artística.
En 1953 un empleado de Telefunken le oye cantar y le propone grabar en Madrid. "Para mí fue una alegría muy grande", cuenta. En total, grabaría dos discos para esta casa y cuatro más para RCA, en microsurco. "Allí me llevé a Chiquito de la Calzada para que cantara e hiciera de palmero", recuerda.
Las sorpresas agradables continuarían, como esa vez que entró en su camerino Pepe Marchena, después de oírle cantar ´por Marchena´. "Me dijo que le había imitado muy bien, muy bien y que lo hiciera siempre igual. Me contrató una semana".
En la primera etapa de su vida artística, Antonio Ruiz cuenta que trabajó en el Teatro Cine Echegaray "cientos de veces", y también compartió escenario en el Teatro Olimpia y en el Cervantes con Juanito Valderrama.
También actuó junto a artistas como la Repompa, Canalejas de Puerto Real, Porrina de Badajoz o la Niña de los Peines. Sin embargo, cuando a comienzos de los 60 fallece su primera mujer, Matilde, deja de cantar y abandona la grabación de discos. Su mujer, que le acompañó a tantas grabaciones, faltaba y Antonio Ruiz cuenta que "no quería saber nada del cante". El silencio artístico duró casi 30 años. Antonio se casó de nuevo a los tres años de enviudar con María Josefa, su actual esposa y a pesar de las ofertas de trabajo para actuar y grabar, continuó apartado del flamenco.
Todo cambió en 1994. La presión de artistas y amigos puede más. Ya jubilado, el Niño de la Alegría regresa a los escenarios y el público comprueba que sigue en forma. "Desde entonces no he vuelto a dejar más el cante, yo me levanto cantando y me acuesto cantando. Es una pasión que se lleva dentro".
A sus 78 años y con un aspecto envidiable, este cantaor malagueño sigue llamando la atención por sus alegrías, guajiras y milongas, algunos de los palos preferidos del público. Junto con su buen amigo Antonio de Canillas asiste al logopeda para cuidar "el motor" que es su voz. "Voy a clases de logopedia para no perder los agudos y los bajos", explica.
En su casa de Barcenillas guarda recuerdos de una vida artística con dos partes muy diferenciadas. Ahora, en la segunda etapa, tiene satisfacciones como la actuación este otoño en la Bienal de Málaga de Flamenco o saber que entre el público están sus dos queridos nietos. La alegría y el arte de Antonio Ruiz se contagian al flamenco. Y por muchos años.