La Andalucía de Pepe Suero

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De la Andalucía utópica a la de Virgencita mía que me quede como estoy. De la imposible reforma agraria a la inevitable reforma laboral. La de la blanquiverde convertida en logotipo profesional en lugar de estandarte laico de nuestra señora de la mayor esperanza y del mayor dolor.

Pepe Suero cantaba para una Andalucía sudorosa. La de hoy, entre tanto desodorante, ya no huele; aunque algo siga oliendo a podrido en Dinamarca o en Sevilla. La suya -requiescat in pacem- era una Andalucía que soñaba y la que le reza ahora el responso es una Andalucía dormida.

¿Qué hemos dejado en el camino?, nos preguntaremos rumbo a la fosa común de las ideas que tanto compartimos con Pepe Suero y con Carlos Cano, con Romero Sanjuan y con Jesús de la Rosa, la del Turronero con letra de Fosforito, la del Piki, la de Mario Maya, la de Camarón como un eterno potro de rabio y miel. Ahora, es la Andalucía que permite que el Gobierno central vuelva a traficar con nuestro censo y con el Guadalquivir, la que no se levanta en pie de paz contra quienes pretenden que nuestra autonomía no luche contra los desahucios o contra el mercadeo de las medicinas como su estatuto le de a entender.

Suero acaba de dejar el Altozano de la vida a bordo de los transmiserianos de aquella Andalucía imparable que ahora está en el paro, la del I+D+I a la que ahora le queda el parque tecnológico de la picaresca y de la supervivencia. Este no es un país para utópicos, sino para la resistencia contra la invasión del pelotazo y la trincalina, de los que trafican hasta con el dinero del paro, de los que pretenden conjurar a la burbuja inmobiliaria enladrillando lo poco que nos queda de nuestras playas libres. Pepe Suero se ha muerto porque ya era un apatrida.

Sin embargo, hasta su último aliento, mantuvo una coherencia que muchos otros quisieran. Murió el mismo día en que nació Blas Infante. Quizá, digo yo, haya querido decirnos algo