La cultura, la educación… no son solo acumulación de conocimientos

En el año 1983, siendo profesor de Ciencias Sociales de la EGB y Jefe de Estudios del Colegio Jorge Guillén de Málaga, hice un viaje por Europa en el que, gracias a la magnífica red de ferrocarril, recorrí diferentes ciudades y pueblos holandeses interesado por su sistema educativo y el de sus vecinos nórdicos. No estaba acostumbrado a ver museos llenos de niños con cuaderno y lápiz tomando nota de los datos que sus profesores explicaban. Actividad bien planificada previa al trabajo en equipo en el aula y posteriores puestas en común creativas y participativas.

Fue entonces cuando me di cuenta de que el programa curricular debía ser flexible, con posibilidad de eliminar contenidos superfluos en beneficio de las salidas culturales, punto de partida para conocer el entorno medioambiental, la historia de la ciudad y, desde ésta, la historia de nuestra comunidad autónoma, de nuestro país y del mundo.

El acercamiento a otras realidades educativas me animó a introducir en mi diseño curricular nuevas estrategias metodológicas. El teatro, los juegos de simulación, el periodismo informático, las maquetas, las asambleas€, enriquecieron de forma significativa el trabajo cooperativo y el pensamiento crítico. Los niños y las niñas aprendían a pensar, a debatir, a descubrir, a consultar libros e informaciones en internet, a organizar datos€ ¡Eran pequeños investigadores! Los proyectos superaron la estructura de áreas del conocimiento.

En el aula disponíamos de una biblioteca básica de consulta adecuada a su edad, que fuimos adquiriendo de diferentes editoriales, lo que hizo que el libro de texto no fuese herramienta exclusiva. La distribución de las mesas y de otros espacios fuera del aula se hacía en función de la actividad individual, de equipo o asamblea.

Las notas calificadoras desaparecieron, sustituyéndose por una evaluación diagnóstico del aprendizaje, de las estrategias utilizadas y de la acción docente. La evaluación tenía que ser coherente con los principios en los que basaba mi trabajo de enseñar a aprender. El objetivo era conseguir que nadie fracasara si se le exigía según sus posibilidades. El éxito debía ser colectivo, asumiendo cada grupo la responsabilidad de que nadie se "descolgase" de los aprendizajes básicos y esenciales. Los más capaces ayudaban a los menos, reforzando así, no solo su aprendizaje sino su actitud solidaria.

No había que estudiar para aprobar, sino para aprender. Mi rol era precisamente orientar a mis alumnos para que desarrollasen la autonomía suficiente que les permitiera desarrollar competencias y encontrar utilidad a los conocimientos. Los diferentes ritmos, la diversidad de capacidades y circunstancias familiares debíamos tenerlos en cuenta en todas las actividades grupales e individuales. Surgieron interesantes proyectos, primero en 8º de EGB y después en 6º de primaria: "Yo viví la Revolución Francesa", "¿Dónde está el bosque?", "Descubrir Iberoamérica", "Descubrir la biodiversidad", "El sueño imposible de Don Quijote", "No hace mucho tiempo"€, con los que aprendí una profesión mucho más placentera que la de mi primera etapa de transmisor y examinador de conocimientos.

No fue fácil. Tuve que formarme, investigar, colaborar con la Facultad de Ciencias de la Educación poniendo en práctica las teorías pedagógicas que Ángel Pérez defendía con tanta convicción y fundamento€

La importancia de concienciar a las familias para conseguir eliminar la obsesión por las notas fue fundamental. Sobre todo, por el preocupante futuro en el instituto de secundaria, donde las notas eran la base y único estímulo para estudiar. Sin embargo, aquellos alumnos, sin apenas práctica de exámenes, cuando vivieron la experiencia de la ansiedad permanente de ser examinados para aprobar en el instituto de secundaria, obtuvieron mejores notas que los que venían de otros centros. Datos contrastados en el seguimiento que personalmente hice.

Algunos de mis ex alumnos en la Universidad, otros en el mundo laboral o en el desempleo, siguen en contacto conmigo. Me consta de su afición al teatro, a la música, a las artes plásticas y a seguir descubriendo la extraordinaria cultura patrimonial de nuestra ciudad.

Han pasado siete años de mi última clase. En este periodo de tiempo hemos creado en el Ateneo dos vocalías de Educación, con una tertulia mensual –"Hablemos de Educación"-, mesas redondas y la publicación de un monográfico de la revista ANS, situando la Educación en el lugar que merece en nuestra programación cultural.

Hoy, Málaga es un referente de primer nivel, ciudad de la cultura del Sur de España. Una ciudad de seiscientos mil habitantes debería buscar la forma de acceso de todas las capas sociales a los eventos culturales. No debería ser un privilegio la posibilidad real de disfrutar de un concierto de la Orquesta Filarmónica en el Teatro Cervantes, o de una obra de teatro en cualquiera de los excelentes espacios escénicos de que disponemos, o la contemplación del arte en los cerca de cuarenta museos de la ciudad. Y no me refiero solo al poder adquisitivo, que mejoraría reduciendo al 3% el IVA del producto cultural, sino, y sobre todo, a la educación por el gusto por la cultura como un bien de consumo habitual.

Para ello es necesario que nuestros escolares y estudiantes de todas las etapas educativas sean consumidores con gratuidad permanente de la oferta cultural. Los programas escolares, que ya existen desde hace más de veinte años, deben ser más ambiciosos en su participación por parte de todos los centros educativos. De forma que al finalizar la enseñanza obligatoria ni un solo alumno de Málaga se haya privado del aprendizaje que supone un museo, un concierto, una obra de teatro, un recorrido por el patrimonio histórico y botánico… Salidas culturales previamente preparadas por los maestros y profesores, y organizadas de forma que lleguen a todos en coordinación con los servicios educativos del Ayuntamiento de Málaga, como viene sucediendo, pero aumentando la oferta y escasa con el objetivo de que la participación sea del cien por cien.

Pero nada de esto sería útil si los docentes no están preparados pedagógicamente y estimulados, no solo salarialmente, sino bajando la ratio de las aulas para que salir de ellas no se convierta en una simple excursión de paseo o en un problema añadido a los que ya afrontan cada día en la escuela inclusiva que defendemos.

Porque, en definitiva, de lo que se trata es de asumir que la cultura y la educación€ no son solo acumulación de conocimientos, sino capacidad de utilizarlos para cuestionar, desde el pensamiento crítico, la realidad de cada momento. Solo de esta forma, seremos más libres y mejores ciudadanos.