«La victoria sobre el enemigo de fondo, la exportadora de la revolución mundial, de la monstruosa hidra cuya cabeza hemos cercenado en 1939», así definió el magnífico escritor Manuel Vázquez Montalbán la victoria de nuestro país en la fase final de la Eurocopa del año 1964, jugada por España contra la URSS, en la que un mítico gol de Marcelino nos permitió alzarnos con nuestro primer triunfo importante, tras la medalla de plata de los Juegos Olímpicos de Amberes 1922 y hasta la era de Luis Aragonés y el tiquitaca. Cuarenta y cuatro años de espera y cuartos de final.
¡Rusia es culpable! Culpable de nuestra guerra civil. Culpable de la muerte de José Antonio. El exterminio de Rusia es exigencia de la historia y del porvenir de Europa… (Ramón Serrano Súñer, el 23 de junio de 1941, día siguiente a la invasión de la URSS por Hitler).
La apertura internacional
Tras la Segunda Guerra Mundial, la España franquista sobrevive como una anomalía que incomoda al resto del mundo: el último país fascista, aliado, aunque no durante la contienda, de las potencias del Eje. Un país que, en muchas cosas, estaba inspirado en el fascismo italiano y en el nazismo y que ahora se quedaba solo en el mundo, aislado en una política económica autárquica de hambre, racionamiento y estraperlo. Fuera de la ONU y del Plan Marshall, por el que los americanos ayudaron a reconstruir la Europa devastada de posguerra.
Las circunstancias empezaron a cambiar en el año 1953, cuando un Concordato con la Santa Sede y los Acuerdos Bilaterales con los Estados Unidos tuvieron como consecuencia que el franquismo fuese aceptado por el mundo occidental: A los Estados Unidos ya no le preocupaba el pasado fascista de nuestro país, disimulado ya durante años, sino la necesidad de disponer de nuestras bases aeronavales para proyectar sus fuerzas hacia el resto de Europa en un hipotético conflicto con su máximo enemigo, la Unión Soviética. En 1959 se selló definitivamente la alianza: Eisenhower llegó a Madrid y se abrazó con Franco.
La Copa de Europa fallida
A partir de entonces, cualquier aspecto de la vida social fue válido para potenciar el carácter europeo y «normal» del franquismo, obsesionados los jerifaltes del régimen por conseguir la aceptación internacional. Las Copas de Europa del Madrid, Eurovisión, las gestas deportivas que sucedían a cuentagotas (Bahamontes, Carrasco, Santana…) eran aprovechadas por los medios, dependientes del Movimiento Nacional, para realzar «la raza» española y reivindicar que, con Franco, no éramos menos que nadie.
El problema llegó en 1960, cuando los cuartos de final de la entonces llamada Copa Europea de Naciones nos emparejaron con la URSS, único enemigo que le quedaba al franquismo y con el que no tendríamos relaciones diplomáticas plenas hasta la muerte del dictador. Ideada por Henri Delaunay, la Copa Europea de Naciones, hoy Eurocopa, era disputada por unas dieciséis selecciones a lo largo de dos años, con eliminatorias directas con partidos de ida y de vuelta en cada ronda, hasta alcanzar las semifinales, momento en el cual los cuatro equipos clasificados viajaban a la sede final del torneo para disputar las dos últimas eliminatorias.
En una Europa dividida en dos por el telón de acero, la Guerra Fría dificultó la primera edición de la copa, que comenzó sus eliminatorias en 1958, con muchos problemas para alcanzar los dieciséis equipos que se había dispuesto que participasen en ella. En mayo de 1960 España debía jugar los cuartos de final con la URSS, pero las quejas de Camilo Alonso Vega y de Luis Carrero Blanco, ambos ministros de Franco, ante la aún existencia de españoles de la División Azul prisioneros en Rusia, obligaron al dictador a tomar cartas en el asunto: Franco pidió que los dos partidos de la eliminatoria se jugasen en territorio neutral, queriendo impedir el viaje de los españoles a Moscú y las hipotéticas acciones de la oposición franquista cuando los comunistas viajasen a España. Ante la negativa soviética, la España de Ramallets, Di Stéfano, Kubala, Luis Suárez y Gento, y de un Real Madrid invencible en los campos de Europa, perdió la oportunidad de alzarse con su primer entorchado europeo.
La noticia provocó el ridículo europeo de España, ante el punto de que uno de los grandes problemas para que la URSS jugase en nuestro país fuera la negativa del franquismo a que los soviéticos llevasen su bandera y su himno al partido. En el diario soviético por excelencia, el Pravda, se escribió: «El régimen fascista español tenía miedo al equipo del proletariado soviético». En el interior, la impopularidad del hecho provocó que fuese ocultado por el Gobierno, que ni siquiera anunció la decisión en la prensa: simplemente se comunicó la clasificación de la URSS para semifinales, que acabaría ganado el campeonato.
XXV años de paz y una Eurocopa
Franco, algo más retirado de las ocupaciones del gobierno, empezó a interesarse más por el fútbol. La llegada de los refugiados húngaros a España (Kubala, Puskas y Kocsis), así como los triunfos del Real Madrid y de la selección española, eran considerados por el propio dictador como propios, como dejó escrito Fraga en sus memorias. Así, Franco empezó a hacer la quiniela cada semana, firmando el boleto con el nombre de Francisco Cofran.
En este contexto se cumplieron, en 1964, los veinticinco años del fin de la Guerra Civil, que empezaron a celebrarse en toda España con el lema, ideado por el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, «XXV años de paz». Franco fue recibido en olor de multitudes en las ciudades que visitó durante este año y hasta se realizó una película documental sobre su vida con el bochornoso título de Franco, ese hombre.
Con el afán aperturista y la necesidad de revitalizar la imagen de la dictadura, la Delegación Nacional de Deportes, dependiente del Movimiento Nacional, había trabajado sin descanso ante la FIFA para conseguir que la fase final de la Copa Europea de Naciones se celebrase en España, con el fin de redimir la mala imagen cosechada por el régimen tras la retirada de la edición anterior.
Poco antes de la final aún se desconocía si Franco acudiría al partido, celebrado el 21 de junio de 1964, temeroso el Gobierno de que Franco se viese obligado a entregarle el trofeo al capitán de la Unión Soviética, ante lo que un alto cargo funcionarial propuso, sin éxito, que se drogase al equipo visitante, como recoge el periodista Fernández Santander.
Coordinada por el ministro Solís, que parece que convenció a Franco en una cacería para que acudiese al encuentro, el recibimiento a Franco en el Santiago Bernabéu fue apoteósico, con unas ciento veinte mil gargantas pronunciando el triple grito clave del franquismo: «¡Franco, Franco, Franco!». Su esposa, Carmen Polo, y el vicepresidente del Gobierno, Agustín Muñoz Grandes, el mismo que comandase la División Azul en las tierras rusas, acompañaron en el palco al Caudillo.
El camino a la final soñada
España contaba con la dificultad de tener que acometer la renovación generacional de un equipo que había fracasado en el último Mundial. A veteranos como Gento se unieron indispensables como Iribar, Amancio, Pereda, Zoco o Marcelino, que arropaban a Luis Suárez, Balón de Oro, único español hasta el momento en conseguirlo, y estrella del Inter de Milán de Helenio Herrera, uno de los mejores equipos de la historia.
En 1962 se iniciaron las eliminatorias a ida y vuelta: Rumanía, Irlanda del Norte e Irlanda sucumbieron ante el combinado dirigido por Villalonga, que se situó entre los cuatro mejores de Europa junto a Dinamarca, Hungría y la vigente campeona, la URSS.
La fase final se celebró entre el Santiago Bernabéu y el Camp Nou, campo en el que la URSS doblegó a la Dinamarca de Ole Madsen con figuras como Voronin, Ivanov o Lev Yashin, único portero que, a día de hoy, ha conseguido alzarse con el Balón de Oro, galardón que entonces se limitaba a jugadores europeos.
Mucho más le costó a España deshacerse de una Hungría que vivía su segunda época dorada, en la que competían jugadores como Florian Albert y Ferenc Bene. El tanto de Amancio, en la prórroga, certificó el pase a la gran final, ante setenta y cinco mil espectadores que presenciaron el definitivo 2-1 frente a los húngaros. En el palco, junto a Muñoz Grandes, se pudo ver al joven príncipe Juan Carlos de Borbón, en un año fundamental para consolidar su sucesión en la jefatura del Estado.
El partido
Tras el triple grito de Franco, el balón echó a correr por el césped de la Castellana, en un partido que se convertiría en nuestro mayor momento de gloria hasta los goles de Torres e Iniesta. España, de azul, se adelantó muy pronto en el marcador, con un gol de Pereda a los cinco minutos de comenzar el encuentro.
Pero «la indescriptible explosión de júbilo» con la que el estadio recibió el tanto, recogió ABC, no duró más de tres minutos, tiempo necesario para que los soviéticos empataran a uno por medio de Khusainov, que tras el error de Fusté y Olivella había conseguido superar a Iribar, junto a Yashin uno de los mejores guardametas de la historia del fútbol.
Los rusos ponían la técnica, mientras los hispanos tiraban de furia y garra sobre el césped de Chamartín, en un encuentro igualado que se decidiría a seis minutos del final, cuando ya todos esperaban la prórroga. Marcelino nos daría la copa y se convertiría en leyenda.
«Rivilla se interna por la banda derecha y, ante la entrada de un rival, adelanta el balón a Pereda. Este lanza un fuerte centro a dos palmos del suelo que Marcelino, gracias a un perfecto escorzo en el aire, logra cabecear a la meta defendida por Yashin», describía de esta manera el diario Arriba el gol por el cual nos proclamaríamos, por vez primera, campeones de Europa.
Erróneamente se creyó durante décadas que el pase final había sido obra de Amancio, ya que el NO-DO, que no grababa el partido en su totalidad, se perdió el centro y recurrió a un montaje, con un centro anterior de Amancio. En 2007 se difundieron las imágenes reales del tanto, demostrando que el centro era de Pereda, pues otras tantas cámaras retransmitían el partido para más de una docena de países de Europa.
La gran victoria frente al comunismo
Cuando Lev Yashin se dirigió al periodista radiofónico Joan Armengol, desde el Gobierno franquista se quiso saber rápidamente qué había dicho. Eran simples comentarios futbolísticos sin importancia, pero la significación política que el franquismo otorgaba al encuentro provocó que cundiese el pánico entre las autoridades gubernativas.
Y es que Iribar, Rivilla, Olivella, Calleja, Zoco, Fusté, Amancio, Pereda, Marcelino, Suarez y Lapetra habían conquistado la Copa de Europa de Naciones, «once muchachos que se alzaron brillante, justa y emocionalmente, con el preciado trofeo», pero veinticinco años después de la Guerra Civil, de la «Cruzada» frente al comunismo, se encontraba en el palco «el verdadero artífice de la victoria y de la paz, Franco, aclamado por ciento veiente mil personas», se escribía en el periódico Arriba al día siguiente del partido.
Según Preston, en Franco, Caudillo de España, la prensa ensalzó la victoria como la culminación lógica de la victoria de Franco en la Guerra Civil, lo que provocó que, ante tal adulación, el dictador se mostrase contrario a cualquier posibilidad de reforma. Ejemplo de este hecho fueron las siguientes líneas de ABC: «Al cabo de veinticinco años de paz, detrás de cada aplauso sonaba un auténtico y elocuente respaldo al espíritu del 18 de julio».
Franco, vencedor del comunismo, era aplaudido por los españoles como su salvador, y abría y cerraba la noticia en el NO-DO, en el que se escuchaba, colándose por las rendijas de la historia, el himno de la Unión Soviética como una ironía del destino.
En la prensa internacional también se destacó la presencia del dictador en el palco del Bernabéu. Diarios italianos como Il Tempo, Il Messaggero o La Gazzetta dello Sport llevaron a Franco en sus portadas, mientras que el francés L´Equipe afirmaba que la Copa de Europa había sido sin duda la Copa de la Paz, mostrando preferencia por el equipo español, al igual que otros diarios de Europa occidental, contrarios a la URSS en plena Guerra Fría.
Cuando Olivella, capitán de España, recibió la copa declaró: «Esta victoria se la ofrecemos en primer lugar al generalísimo Franco, que ha venido esta tarde a honrarnos con su presencia y animar a los jugadores, quienes han hecho lo imposible por ofrecer al Caudillo y a España este sensacional triunfo». El círculo se cerraba, de la Guerra Civil al Bernabéu. Franco, «Centinela de Occidente», volvía a vencer a la hidra comunista