Más allá el camino
que se pierde,
sinuoso, sin sombras,
solitarias, hacia el horizonte
ondulado,
el infinito grácil purísima
de aire quieto y encalada pureza
palpitando
en las sienes enfebrecidas,
cabalgando las sombras
conocidas, silentes
y altivas,
caballero y escudero,
bacía de oro barato,
alforjas vacías,
rocín en cueros y huesos,
asno manso
y sabio,
ideal intangible,
bajo el ardiente sol
y la calma que tendida se alarga
y condensa frente a la mirada
ardiente,
bondad de caballero andante,
silencio aventado de era
despejada,
al par del caserío chato
y remiso,
en la inmensidad apaciguada,
como si fuéramos a dejarnos
sorprender ,
tan alejados los relámpagos que se alejan,
enmudecidos, cabalgando al frente
del caballero y su escudero,
tras los sueños que nos empequeñecen,
tras las huellas borradas,
eternidad e instante,
utopía y trompazo diario
por volverse a levantar,
maltrechos,
bajo el eco incierto
de los cascos al trote, sobre
la tierra árida y yeca.
En el confín del espejismo
un hombre se recorta, una silueta,
jalando del caballejo,
invisible la brida que los une.
Madrid junio – 2.017